Días de guardar, de Carlos Pérez Merinero

Acabo de leer, no sé dónde, que Bukowski es (era) el escritor más guarro de todos los escritores guarros, ocupando Paulo Coelho el otro extremo de la escala, como campeón indiscutible de todos los escritores cursis. Espera, ya sé dónde lo he leído, resulta que estas dos figuras literarias extremosas son los escritores favoritos de la mujer de Juan Luis Cebrián, un señor muy del país. Esta esposa, rumana y 35 años menor que su marido, no tiene nada que ver con todo esto, pero me ha venido a la cabeza, qué tontería. ¿Por qué? ¡Porque Bukowski no resiste un asalto a guarrería limpia con Merinero! He aquí el porqué.

Una vez hechas las presentaciones, vayamos con las citas. La primera es larga, pero merece la pena porque Merinero inventa el Tinder antes del Tinder (Tinder: sistema de ligar por teléfono con desconocidos).

Y lo jodido es que con las ganas de joder que tenemos todos jodemos menos que un eunuco en el harén de un mojamé con pasta. Es un problema arduo de pelotas —sobre todo de pelotas, ahí di en el clavo—; el tío que lo resuelva me merecerá un respeto. En realidad, tenía que haber maquinitas —en los estancos, en los bares, en sitios así— en las que uno metiera unos datos —por ejemplo: quiero una tía de treinta años, pecosa, embarazada de dos meses, a ser posible de la provincia de Ciudad Real— e “ipso facto”, a paso ligero, vamos, te suministrarán la dirección donde encontrar a esa tía dispuesta a que tú le des riego.

En esto que sigue obsérvese la descripción exquisita y el detalle final.

Esta sí. Esta sí que está rica. ¡Joder, qué tía! No es ni muy grande ni muy chica —no sé si me entienden—; es normal. Ya quisiéramos muchos ser tan normales como ella.

Ahora un ejemplo de cómo plantear y solucionar dilemas importantes.

Llego al portal y me da por la vena supersticiosa. “Con qué pie salir”, me pregunto. Tengo la cabeza llena de preocupaciones, y me espera una semana de no te menees y voy y me pregunto “Con qué pie salir”. No debo estar bien de la chota. La tía que acabo de dejar no sólo me comió el sexo sino también el seso. Yo solo me río con este juego de palabras y cierro los ojos. Que sea lo que Dios quiera. Cuando los abro, ya estoy en la calle. Menos mal que no he visto con qué pie he salido.

Genial. Vayamos con la corrección política.

Nunca se fíen de los gordos ni de los maricones; son hijoputas como ellos solos, se lo digo yo.

Sin comentarios. Mejor nos centramos en esta escena pre-violación.

  • ¿Qué va a hacer conmigo?

Procuro sonreír para darle confianza y hago un gesto con mi mano que cualquiera sabe lo que quiere decir. Para ser sinceros, ni yo mismo lo sé.

  • ¿Quieres una copa? —le pregunto como un caballero; el caballero que soy.

Bien, hasta aquí todo normal (relativamente), ¿no? Agárrense a la brocha.

Le echo un vistazo al coño y me parece que lo tiene igual que hace unas horas. Jugueteo con los pelitos y, como la jodienda no tiene enmienda, se la meto y comienzo a moverme cosa mala.

Acabo bañado en sudor y sin correrme. Esto de tirarse a una muerta es la repera. Acabo por mandarla a freír espárragos y me la pelo. ¡A ver, qué remedio!

Un toque costumbrista, para relajar.

¡Me cago en mi padre! ¡Soy más tonto que Abundio! Me había dejado la televisión encendida y dos policías están hostiando a un negrazo.

Sigue el costumbrismo con una crítica periodística de lo más cabal.

Y la culpa de todo la tienen los periodistas. Por mi madre, que con las tripas del mejor ahorcaba al peor. ¿Se han fijado alguna vez en la cantidad de paridas que se escriben en los periódicos? Pues si no se han fijado, fíjense.

Un último costumbrismo en plan chiste malo peninsular.

Y me la clava otra vez. Yo ya estoy a punto de la corrida —las cinco de la tarde, como quien dice—, pero me contengo mal que me pese.

Una reflexión irrefutable:

Joder, siempre hago las cosas al revés, siempre me da por poner el carro antes que los bueyes. Es una mala costumbre que tengo. A ver si me conciencio de una puta vez de que los taxis se cogen después de que uno ha decidido adónde coño va.

Y cerramos con algo que hará las delicias del feminismo moderno.

Ella se encoge de hombros. Por si no lo saben, cuando una mujer no te dice que no es que sí.

Y ya vale, que a este paso no se me van a comprar ustedes el libro porque ya se lo habrán leído… o porque no les parece lo suficientemente guarrindongo… o por todo lo contrario. Lo mejor es parar aquí, antes de hacer más sangre.

He procurado no reseñar los trozos más cochinos para preservar en la medida de lo posible la pureza de estas páginas. Lo que suceda en privado, ustedes mismos.

Alberto Arzua

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