La detective miope, de Rosa Ribas

Hay un feminismo que opina que las mujeres escriben igual (de bien) que los hombres. Hay otro feminismo que asegura que las mujeres escriben distinto que los hombres, porque para eso son mujeres. Las primeras opinantas creen en la igualdad entre hombres y mujeres. Las segundas, también, pero recalcando las diferencias. Todo esto será muy interesante y esclarecedor, pero no explica nada. Habrá que ponerse al tajo.

Rosa Ribas es una escritora de género femenino, valga la redundancia. Leer este libro me ha resultado una sorpresa muy agradable porque, al tiempo que comprobaba el peculiar estilo femenino de la autora, me solazaba con el fluir de la acción, con su escritura aseada, sin ninguna alharaca, con los personajes, humanos en dos pinceladas, con… una manera de escribir que sorprende porque la lectura se hace fácil, amable y suavita. Es como ir patinando. Esto que acabo de poner no gustará a ningún colectivo feminista modelno, pero qué le vamos a hacer.

Veamos un bonito fragmento de la ilustre Rosa Ribas. En esta escena la detective protagonista se ve en la tesitura de juzgar las capacidades como cantante de una recién conocida que, al parecer, le pone mucho empeño a eso del gorgorito.

-¿Qué vas a cantar?

-Alma, corazón y vida.

Busqué el archivo en el ordenador y puse la música en marcha.

Al principio con voz trémula, después con algo más de firmeza, empezó a cantar.

La canción duraba unos tres minutos y durante esos tres minutos sufrí bastante. No, no era por la música, apenas percibí que la hubiera. Era que su voz era poca cosa más que un maullidito ronco. La pieza había terminado y Aurora Claramunt me miraba desde detrás del micrófono.

-¿Qué te ha parecido?

-¿De dónde eres?

-De Llosa.

-Eso está en Lérida, ¿no? ¿Tienes algo en catalán?

Me miró confusa.

-El acento peninsular no está hecho para cantar boleros. Por las zetas.

Asintió.

-Tengo La dansa de la primavera.

El catalán no consiguió que esos maullidos dejaran de sonar lastimeros. Esperé, con todo, a que terminara la canción.

-¿Sabes francés?

-Del instituto. ¿Por qué?-

Es la única opción que te veo.

-¿Por qué?

-No tienes voz.

Los ojos de Aurora Claramunt eran dos círculos enormes de decepción bajo su cabeza calva. ¿Les parece que fui muy dura?…

A partir de los puntos suspensivos la protagonista se justifica de un modo estupendo. Lo copiaría aquí para ustedes, pero algo hay que dejar para cuando compren el libro. Para que no me cojan manía, empero (qué lindo el empero), transcribo a continuación el primer párrafo del capítulo undécimo, un párrafo muy elegantón.

Las viejas historias, los rumores, los cotilleos se extienden como una red invisible en la ciudades, en los barrios, en los bloques de casas; son cuerdecitas que salen de una boca y quedan prendidas en otra, que las arrastra consigo y después las lanza a la siguiente, y después a otra y a otra. Si fueran hilos de metal, cortarían cabezas; son hilos de palabras, cortan secretos. Para sacar a la luz esos textos escritos con tinta invisible, necesitaba una llama que los hiciera visibles. La vanidad. Decidí que me haría pasar por periodista y que recorrería las tiendas del barrio preparando un supuesto reportaje.

¿Qué tal? ¿Qué les ha parecido? El periodismo justificado por la vanidad. Qué habilidad describiendo la condición humana. Quien se ponga a leer a esta autora por su condición de mujer está en su derecho, pero que sepa que no es la mejor razón para su lectura. Que se sepa, Rosa Ribas molaría igual si fuera hombre. Pero no escribiría igual. Qué lío. Qué lindo.
Alberto Arzua

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