UNA APROXIMACIÓN A LA LITERATURA ESCRITA POR MUJERES
Antes de leer este libro mis aproximaciones a la literatura actual escrita por mujeres no habían tenido un final muy feliz que digamos. Dejando aparte a algunas magníficas escritoras de “género” (policiaco, juvenil, histórico, ciencia-ficción…), los pesos pesados femeninos de la pura creación literaria nunca han llegado a emocionarme en forma similar a como lo hacen mis numerosos autores de cabecera. ¿Por qué? Después de leer esta novela me ha surgido la necesidad de planteármelo.
Pero antes que nada, ya que esto promete —o amenaza— con alargarse, un pequeño comentario: me encanta el título. Plaga de palomas. Como buen aficionado a la musicalidad, sonoridad y ritmo de las palabras, me parece escuchar en estas tres, tan sencillas, el aleteo de unos pájaros asustadizos, el revolar de una multitud de cuerpecitos, y hasta el silencio que sigue a un disparo, en forma de plumas cayendo muy despacio, como columpiándose. El título original, “Plague of doves”, curiosamente guarda en sí el mismo genio sonoro pero con una diferente sensibilidad, tal y como como corresponde a otras gentes y a otro idioma. El español, más de tambor, el inglés, más etéreo, más suave, pero igualmente exquisito. Y lo más curioso es que la traslación se podría haber hecho sin saber inglés, con un diccionario en la mano, palabra a palabra o, peor aún, mediante la desesperante traducción automática del “gúgol”. Divertida casualidad.
Sigamos a lo nuestro. Considero bastante probable que, tras leer el primer párrafo, cierto sector femenino haya sentido en sus adentros el rebrotar automático de la infame palabra-acusación “machismo”. Y claro, como buen macho, yo me rebelo. ¿Machista yo? ¿Un ser racional totalmente convencido de la igualdad entre hombres y mujeres? ¿Qué tontería es ésa? Esto, unido a mi aversión por los estereotipos y lo políticamente correcto, me llevaría normalmente a despreciar olímpicamente tal acusación con un ligero gesto de desdén… Pero ya digo que este libro me está obligando a frenar y a mirar más despacio…. y más adentro.
Al iniciar la lectura de un libro escrito por un autor para mí desconocido, lectura siempre sugerida por algún tipo de recomendación, no me fijo ni mucho ni poco en las circunstancias personales del escritor: me resultan indiferentes el sexo, la edad, la nacionalidad… Al leer sólo pretendo disfrutar con la excelencia del genio del autor. Dicho más claramente: soy un fanático de Céline a pesar de sus execrables opiniones pseudopolíticas. Si la literatura de una mujer me hiciera vibrar tanto como la de, por ejemplo, Coetzee, yo sería el primero en manifestarlo a los cuatro vientos. Prejuicios cero, se lo aseguro, abriré un libro escrito por una mujer tantas veces como su recomendación me haya despertado la curiosidad. Me encanta descubrir nuevos placeres.
Si bien esto es cierto, también lo es el que nunca haya gozado por completo con una obra de creación literaria escrita por alguna mujer. Excepción contemporánea que ahora me viene a la mente: algunos de los artefactos pergeñados por Amélie Nothomb. Pero volvamos al tema, al machismo inveterado de esta sociedad. Vale, es un lugar común, pero un lugar bastante habitado. Quiero decir con esto que ni hombres ni mujeres estamos libres de participar en cierta medida de los prejuicios heredados del machismo histórico y social, porque está en nuestros genes… digamos educativos. Y se ha metido tan dentro y se ha interiorizado tanto porque no se le ha respondido con una postura crítica y alternativa lo suficientemente potente. El machismo ha dominado, y sigue dominando, el mundo desde el principio de los tiempos y costará dios y ayuda hacerlo retroceder lo bastante como para que las mujeres puedan respirar tranquilas. En este sentido entiendo la postura de las feministas de no pasar ni una, siquiera sutil, manifestación machista, aunque no comparta muchas de sus posturas y, sobre todo, su tempo. De hecho verán ustedes que en este artículo no utilizo el ahora obligatorio “a/o” (que llevado a su lógica extrema nos haría imposible escribir y muy difícil la lectura), ni siquiera el símbolo @, tan fuera de lugar, y que nunca hable de “género” cuando me quiero referir al “sexo”, entre otros muchos pecados. De hecho preferiría que se feminizara todo y que nosotras los hombres y las mujeres nos diéramos una pequeña tregua.
Por lo tanto hay algo en la literatura escrita por mujeres que no me acaba de convencer, pero ese algo no tiene nada que ver con el hecho de que sea una mujer quien lo haya escrito, sino más bien con la manera en que habitualmente (me veo obligado a generalizar) escriben ellas. Me temo que mi problema está aquí, en la diferencia natural entre sexos, tanto física como mental, emocional o espiritual. Si esta afirmación resulta ser aberrante para ciertas feministas, lo siento, podemos discutirlo en otro momento, ahora prefiero seguir partiendo del hecho de que tenemos sensibilidades diferentes, diferentes aproximaciones a los hechos reales, diferente elaboración del pensamiento, diferentes prioridades… No de una manera absoluta, por supuesto, sino en otra clave, con otro tono. Aquí radica, en mi opinión, la diferencia, maravillosa diferencia, que no hace sino enriquecernos a todos. Aquí radica, repito, mi incapacidad para disfrutar plenamente de lo escrito por mujeres: escriben en otra clave. Una clave que puedo ir descifrando con esfuerzo, es posible, o a la que puedo aproximarme potenciando mi parte femenina, es factible, pero una clave diferente que requiere de una aproximación diferente a aquella con la que me suelo acercar a la literatura. Mea culpa.
Y de esto tan evidente, tan tonto cuando se lee de seguido, me he dado cuenta al leer este libro, Plaga de palomas, de la estadounidense Louise Erdrich. Resumiendo la impresión que he sacado de la lectura de esta novela: me parece fantástica, excelente, más que bien escrita, con un total dominio de situaciones y personajes, llevando al lector por donde ella quiere con absoluta brillantez, siempre interesante, reveladora, ágil, plagada de detalles deslumbrantes… No pienso contar ni una pizca de su argumento, nunca me ha gustado que me desvelen nada, tan sólo decir que en este libro hay un artefacto perfecto dispuesto a estallarle en las manos a cualquiera con un mínimo de sensibilidad que se acerque a sus páginas. Esta es una novela, en suma, magnífica, con la que he disfrutado bastante.
¿Sólo “bastante”, no “muchísimo”? Pues no, muchísimo no. La cogía con ganas en los momentos del día que tengo para leer, pero no la retomaba con ansia, no la buscaba hasta cuando tocaba descomer, no la llevaba en el metro para no perder ninguna oportunidad de disfrute, no. ¿Y por qué? Pues creo que porque estoy demasiado acostumbrado a otro tipo de lectura. Y ahora debería llegar al meollo de la cuestión, a las diferencias reales entre ambos tipos de literatura, pero… me cuesta. Lo voy a intentar, de todos modos.
Me cuesta. Me cuesta explicar dónde veo la especificidad femenina a la hora de escribir. No creo que valga con contraponer series adjetivadas, como torpemente y por abreviar he hecho al describir la novela un poco más arriba. No, voy a intentar un ejercicio más arriesgado, que llamaré de literatura-ficción, ya que no dispongo del vocabulario técnico adecuado. Así, procuraré imaginar cómo habría descrito los mismos hechos, las mismas circunstancias y los mismos personajes, un escritor masculino. Cierro los ojos y me concentro.
La primera palabra que me viene a la cabeza es “brusco”. Un hombre lo habría llenado todo de aristas, de sucesos y palabras espectaculares, de comentarios irónicamente lúcidos… de salvas de fogueo por todas partes. El lector habría ido saltando de un personaje a otro, de un sentimiento a otro, como quien participa en una carrera de coches por las calles de un pueblo perdido, llenándolo todo de banderas de colores, frenazos y acelerones. Esta mujer, sin embargo, avanza caminando despacio, con los ojos semicerrados, y no se le escapa ni la cucaracha que acaba de asomar por el alféizar de una ventana. A un hombre avisado quizás tampoco, pero la habría señalado con el dedo haciendo grandes alharacas.
Louise Erdrich se demora en contarnos lo que pasa, como si le pareciera más importante el aire que circula alrededor de los personajes, el ritmo de sus palabras, sus recuerdos y sus motivaciones, que van surgiendo poco a poco… de tal manera que cuando sucede algo no se centra en el hecho en sí, que muchas veces incluso elude describir, sino que prefiere recrearse en todo lo que nos ha llevado a ello. Es evidente que esta aproximación es mucho más… científica, más exacta, puesto que nos informa de lo verdaderamente importante y motivador: lo que sucede en el corazón de las personas (confieso que, en una primera escritura, en vez de “personas” había puesto “hombres”). Y vuelvo a mirar al teórico escritor y pienso que él también escruta el corazón de las personas, y que también nos lo cuenta… pero de otra manera… más a ráfagas… o con un resplandor supuestamente intelectual, que de todo hay.
A lo mejor estoy equivocado en esto que pienso y digo, puede que sean simplezas, análisis sumamente parciales o directamente torpes falsedades, pero a día de hoy es todo lo que puedo aportar. No estoy acostumbrado a esta literatura y el error es todo mío. Intentaré buscar en mí mismo los momentos favorables a una lectura más distendida, dejándome llevar, sin análisis prejuiciosos, aprendiendo poco a poco. Porque mucho es el premio: múltiples nuevas promesas para gozar más de la literatura, una de mis mayores fuentes de dicha.
Y dicho esto me pongo en plan faltón y afirmo que no me gusta nada que me cuenten sueños a porriillo por mucho que los nativos americanos sean tan evidentemente espirituales, y por más que dichos sueños o espíritus influyan en el desarrollo de los hechos. La literatura fantástica, o mágica, o étnica, está muy bien, pero a mí me aburre soberanamente. Soy capaz de entender la poesía tribal o la tan apreciada literatura oral, pero mis intereses estéticos rara vez soportan tanta comunión con la tierra, tanta admiración por lo antiguo, por lo “auténtico”, tanta presunta espiritualidad. Si estamos acostumbrados al sonido de una orquesta está muy bien escuchar de vez en cuando algún tam-tam, sí, pero… muy de vez en cuando… porque no me aporta nada nuevo (estoy simplificando). A mí, por supuesto, que soy muy básico. Hombre tenía que ser.
Recomiendo el libro, por cierto. Fervientemente, sí, ya que ustedes no tienen por qué compartir mis limitaciones.
Interesante reflexión ésta que planteas, siempre que sea bien entendida, fuera de sectarismos machistas/feministas.
Nunca me había parado a pensar que ellos y ellas escribieran diferente. Como padre de niño y niña efectivamente hay que abogar por la igualdad en derechos y obligaciones pero partiendo de lo maravilloso que es ser diferente. De la diferencia viene lo interesante precisamente.