Departamento de especulaciones, de Jenny Offill

Este es un libro de pensamientos sueltos, de recuerdos íntimos, de citas de autores, de grandes y pequeñas filosofías, de conversaciones interiores donde, a través de una sucesión de frases supuestamente muy inteligentes, o muy hábiles, o muy sensibles, la escritora nos intenta desnudar a la mujer que hay detrás de un matrimonio, de una maternidad, de una infidelidad y de una reconciliación, sin que ninguno de estos trances se exponga nunca de un modo convencional. Sugerir más que narrar.

Mi plan consistía en no casarme nunca. En vez de casarme me iba a convertir en un gigante del arte. Las mujeres casi nunca acaban convertidas en uno porque los gigantes del arte solo se preocupan del arte y nunca prestan atención a las cosas prosaicas. Nabokov no era capaz ni de cerrar el paraguas. Vera tenía que pegarle los sellos.

Para entender este trozo es conveniente saber quiénes eran Nabokov (un escritor de escritores) y Vera (su mujer). Convendría también haber contemplado alguna foto del tal superescritor cazando mariposas. El párrafo está bien como declaración de intenciones que luego no serán cumplidas, pero no sé yo si las feministas modernas lo aprobarían.

Si existe el hogar es para meter a cierta gente dentro y dejar fuera a toda la demás. Un hogar tiene un perímetro. Pero a veces los vecinos, las scouts o los testigos de Jehová violaban nuestro perímetro de seguridad. Nunca me gustaba oír el timbre de la puerta. Las personas que me gustaban nunca se presentaban así.

Este estilo de frases-idea aparentemente insípidas tiene tras de sí una importante carga de profundidad. El problema es cuando no se la ves por ningún lado y te quedas en la superficie con cara de tonto esperando a que salte la trucha.

Y la frase “dormir como un bebé”. El otro día, en el metro, la dijo una rubia muy risueña. Me hubiera gustado tenderme a su lado y gritarle al oído cinco horas seguidas.

Muy gracioso, sobre todo porque previamente se nos había informado de que su bebita llora mucho. Yo me congratulo tanto como con las típicas frases-hallazgo de Twitter, esas que escriben adolescentes sudorosos tras haberse pasado toda la noche pensando (o sea, cuatro minutos y medio).

El césped está demasiado lleno de gente. Ella cruza el parque manteniendo la compostura con mucho cuidado. Se siente desprotegida en los espacios abiertos. Estoy a merced de los elementos, piensa.

Esto hasta yo soy capaz de entenderlo. Hasta me gusta. Describe elegantemente una inseguridad interior relacionándola con el exterior. Vale. A lo mejor es que todo esto hay que leerlo como un ejercicio poético. Sigamos, pues, a ver.

Hubo un tiempo en que el éter estaba en todas partes. Hasta en la fosa del codo, como si dijéramos. (Y también en todos los cielos). Retrasaba el movimiento de los astros, le decía a la mano izquierda adónde había ido la mano derecha. Y luego desapareció, igual que la tierra hueca. La noticia se anunció por la radio. Ahora tan solo hay aire. Abandonen todos sus experimentos.

Lo que yo decía: poesía, poesía, y más poesía. No intentemos comprender lo anterior a la luz de la razón. Poesía pura. Releo. Me gusta, sí, el párrafo anterior me gusta, sobre todo el final. Advierto en la relectura que es posible que estas frases escondan montones de referencias literarias que escapan a mi conocimiento. Bueno, no me importa; el problema lo tienen ellos (los americanos del norte) porque un porcentaje muy importante de su población está muy cabreada (véase efecto Trump) con eso de no entender nunca nada, y de que la intelectualidad omnisciente pase de ellos como de la eme. Este asunto sociológico, tan de actualidad en todo el mundo (la revolución populista) está siendo analizado con los ojos muy abiertos por las mentes más brillantes de nuestras generaciones. Que tengan ustedes suerte. Esta ha sido una reflexión gratuita cortesía de la casa. Sencilla y barata.

A veces sigue acariciándole el pelo en mitad de la noche, y medio dormido, él se da la vuelta hacia donde está ella.
La hija corre por el bosque con la cara pintada como un indio.
Lo que dijo el rabino: Hay tres cosas que tienen el mismo sabor que el mundo que está por venir: el Sabbat, el sol y el amor conyugal.

Lo anterior está escrito así, tal cual, tres imágenes que, en principio, parecen no tener nada que ver. En principio y en final, digo yo, excepto que se lea como un ejercicio poético, o como una depurada demostración de la sensibilidad femenina. Si se trata de esto último, señores, confieso que yo carezco de ella, lo que, por supuesto, no significa nada. Que disfrute quien pueda.

Voy resumiendo, que está quedando esto muy largo, y voy a acabar cayendo en los defectos que señalo, y van ustedes a darle al “no me gusta” que pueden ustedes ver abajo. O no. Yo no lo veo. Al tajo.

Resumiendo, todo muy original. O a mí me lo parece. Quizás sea yo el convencional, el atrasado, el que no huele los cambios. Observen como voy impregnándome del estilo del libro. ¿Me atrevería a llamar aburrido al libro este? No, no me atrevo, le llamaré poético, de esos que hay que leer masticando cada palabra. Un libro para escritores, vamos, que pretende ser muy profundo, cada frase una posible cita, otra cita como tantas que adornan sus páginas. Por cierto que, en mi opinión la mayor parte de las citas son de un sosolongo subido. Claro que yo no soy chica.

Cómprense este volumen, señores y señoritas, aunque solo sea por dejarme mal.

Alberto Arzua

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Justo – Carlos Bassas del Rey

Cuando ustedes lean la expresión “atención, spoiler”, háganse el favor y traduzcan por “a continuación voy a destripar el argumento”. Pues eso. Ya sé que empezamos bien, pero por algún sitio hay que empezar.

El prota de esta novela, un viejillo cabrón llamado Justo (qué curioso, el título también tiene spoiler, digo destripe) dedica su vida a impartir justicia, que aquí viene a significar matar gente de la que sobra. La cosa le viene de que su madre, que debía de ser fina, le convenció desde chiquitín de que él, Justo, era un enviado de Dios a la tierra con el mandato divino de asesinar malvados.

Esto lo practica en la Barcelona de hoy en día, con muchas ganas y no menor acierto. Se acabó.

Hasta que llega el día en el que te das cuenta de que se acabó. De que tu vida ha sido una mierda. De que te han estafado. De que el único estafador eres tú.

El estilo que usa el escritor este de nombre tan campanudo es directo, apresurado, como si te estuviera respirando detrás de la oreja. Las ideas (el fondo por oposición a la forma, entiéndanme) son por el estilo. A mí lo siguiente me recuerda a la película “Sin perdón”, del Clint Eastwood, no sé si se acuerdan, una de vaqueros.

El del pincho viene a por ti, al cuerpo, y en menos de un segundo te abre un boquete. Si el tío es bueno, no hay nada que hacer. El de la pistola, en cambio, entre que la busca, la saca, la prepara —cuando no la lleva lista y se revienta un pie o se hace otro agujero en el culo— te da tiempo para tomarte un cubata.
Además siempre fallan el primer disparo.

De vez en cuando, es decir, con bastante frecuencia, suelta buenas paridas.

Sé que Dios lleva su cuenta; yo llevo la mía por si el día de mañana surgen discrepancias.

Y hace frases muy bonitas y sonoras. En la siguiente, no sé por qué, se le ha colado una falta de ortografía.

Me palpo la yaga abierta en la espalda. Es sangre clara; por suerte no me ha tocado el hígado.

Seguro que es un error de transcripción, como se suele decir. Pero, a lo que vamos. Yo lo recomiendo este libro muy fervientemente porque es divertido, original, ágil y bien escrito. Conviene leerlo con un plano de Barcelona y sin prejuicios pueriles hacia viejos asesinos.

Una de los mejores hallazgos de esta novela, por cierto, es que el tal Justo te recomienda la lectura de otra novela, a saber “La mano armada”, de Carlos Pérez Merinero. Me la acabo de leer. En cuanto recupere el aliento intentaré comentársela.

Alberto Arzua

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La cajita de rapé – Javier Alonso García-Pozuelo

Libro amoroso de leer por su cadencia clásica, casi galdosiana. Protagonistas, el pueblo y las calles de Madrid en tiempos de Isabel II. El autor, un joven adulto, sorprendentemente novel en estas lides, nos transmite con calma y detalle nunca cansino, lo cotidiano de un poblachón donde, en 1861, se afanaban muchas veces entremezclados, clases sociales, ardides políticos, soñares despiertos… y asesinatos.

Porque esta es una novela policiaca clásica, con sus más de cuatrocientas páginas de investigación morosa, nunca pausada, donde algunas veces encontramos joyas del escribir en largo y ameno, como la siguiente:

Si hace no mucho en los barrios bajos, ahora eufemísticamente llamados excéntricos, las notas del populoso himno “Guerra, guerra al infiel marroquí” competían en protagonismo con las sempiternas coplillas dedicadas a la muy adúltera, aunque también muy católica, Isabel II y a su esposo, el afeminado e intrigante Paquito Natillas, hoy las tabernarias coplas, que junto a la desbordante concupiscencia de la reina retratan la costumbre de orinar sentado del rey consorte, se alternan con otras letrillas burlonas inspiradas en la figura del general O’Donnell.

También surgen aquí y allá observaciones interesantes:

…La causalidad, ese mensaje que manda el universo al observador atento…

…Con la extraña sensación de estarse viendo a sí mismo desde fuera y no gustarle nada lo que ve…

Palabras divertidas:

  • ¿Tú o el chulazo ese al que mantienes, tía zorrona, pendonazo?
  • Eso no me lo repites cuando saya ido la autoredá, comegatos, borrachuzona.
  • ¡Silencio, cojondrios!

O conceptos a repasar/investigar:

Simón, coche de punto

Silla de Vitoria

En resumen, una novela de toda la vida, como dijo el otro. Me lo he pasado bien con su lectura, aunque quizás se me haya hecho un poco larga y algo confusa debido a su extensa colección de personajes (esta última observación debe entenderse a título muy personal, ya que lo he leído pasando la gripe, que es algo que no me pone de muy buen café).

Alberto Arzua
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Contrastes: Contraluz, de Thomas Pynchon y Retrato de una dama, de Henry James

Me enfrasqué en la lectura de una obra de 1300 páginas del escritor norteamericano Thomas Pynchon y, agobiado en un texto de historias paralelas, personajes y escenas estrambóticas que se interfieren erráticamente, me vi necesitado de alternar dicha lectura con alguna obra que tuviese un clímax totalmente opuesto. No sé porqué elegí una obra de Henry James, ya leída en otra ocasión: «Retrato de una dama» y fue como pasar del fuego al hielo, y no porque esta segunda fuera fría, sino por el tremendo contraste, que logró el milagro de poder sobrellevar la primera: «Contraluz», del autor citado y al mismo tiempo respirar el aire fresco de la segunda novela. Esta composición en cuatro imágenes, ilustra el hecho de recomendar la lectura de dos obras totalmente divergentes, a mi juicio, y no tienen que ser estas dos necesariamente. Cualquier contraste puede ser sugerente y fascinante, en el caso de que un lector sea demasiado seducido o absorbido por una de ellas. En el terreno de las artes plásticas sería, por poner un ejemplo, como saltar de la pintura de Velázquez a la de Francis Bacon o de los bodegones de Braque a los de Luis Meléndez. Lo que recomendaría es, pues, no necesariamente estas dos novelas citadas, sino esa experiencia de alternar la lectura de dos argumentos, tramas y técnicas descriptivas contrapuestas. Pero ya puestos..¿por qué no?. Me sedujo de la primera (Retrato de una dama) sus inteligentes y suspicaces diálogos, con esa ironía inglesa, y sobre todo la profunda descripción de la psicología íntima de la Dama en cuestión, una mujer libre que incluso antepone al amor sus convicciones culturales y sociales. La obra de Thomas Pynchon me aburrió y divirtió a rabiar a la vez, en una maraña de historias paralelas de ficción, algunas con un tono algo kitsch, cuestionando o tergiversando el curso recurrente de la historia convencional, como un cocktail de reflexiones sesudas y diálogos de hermanos Marx
Miguel Sánchez

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Los panzers de la muerte – Sven Hassel

-Los vi morir, a todos ellos, a mis camaradas, a los que compartieron conmigo las tripas de un tanque panzer, el hielo de las estepas rusas, las prisiones prusianas donde nos obligaban a desfilar al paso de la oca durante horas, hasta que sentíamos los músculos como alambres de espino; compartí con ellos el horror bajo los bombardeos y todas las trincheras embarradas por las que nos arrastramos por media Europa usando los cadáveres de los soldados como sacos terreros. ¡Quita de ahí las patas, joder!
-¿Desde cuándo un soldado raso como tú da órdenes a un cabo, todo un obergefreiter del 27º Regimiento Disciplinario Blindado que, como bien sabes, los cabos somos la columna vertebral del ejército alemán. El mismo Adolf no pasó de cabo cuando estuvo en el ejército y ahí lo tienes, conquistando el mundo para mayor gloria del Tercer Reich.
-A ti también te veré morir, y a ese bruto de Hermanito, míralo, contando los dientes de oro que ha sacado de los fusilados de esta mañana ¡ojalá que no sea quemados vivos! como suele sucedernos a los tanquistas, porque al fin y al cabo os he ido cogiendo cariño.
-Ya, sobre todo cuando le reviento la cabeza a un bolchevique un segundo antes de que te clave su bayoneta en la garganta.
-Igual no fue compañerismo lo que te movió, sino el fajo de marcos que te debo, maldito tramposo, con el que esperas poder darte un buen festejo en el burdel de Herta la gorda, de donde, por cierto, te ayudé a escapar cierto día por la ventana cuando te perseguía una patrulla de la Schutzpolizei por aquel asuntillo del robo de un camión de latas de conserva que desapareció del almacén del intendente Nass ¿esos hechos no acuden a tu memoria?
-Una minucia, no es lo mismo despistar a unos schuppos mirando para otro lado que jugarte la vida heróicamente para salvar a un camarada ¡mi comportamiento siempre es meritorio! Ni siquiera tengo ya sitio en la pechera para tanta cruz de hierro y tanta medalla al valor. Y hablando de eso… me parece que al Viejo le acaban de encomendar, nuevamente, que nos juguemos la piel yendo detrás de las líneas enemigas, míralo con qué cara de pocos amigos está discutiendo con Julius.
-Ese puto nazi estará contento pues si vuelven a darle ocasión de ensanchar aún más el imperio germano a esta parte del Volga, seguro que se lustra las botas y se plancha el uniforme antes de ir a tirarse al barro helado a despellejar cosacos. El propio mariscal Paulus se correría de verlo tan marcial y obediente.
-Sin duda debería ser un ejemplo para ti, miserable subhombre danés, fíjate en él a ver si consigues parecer un bravo soldado alemán algún día. Yo mientras tanto echaré una cabezadita, me huelo que nuestro amado teniente nos guarda un día lleno de sorpresas por las calles en ruinas de esta helada ciudad de José Stalin.
-Creo que te imitaré.

Solía ver a Sven Hassel por Barcelona, con sus gafotas negras y me preguntaba cuánto de verdad tendrían sus novelas, aunque parece ser cierto que las gafas eran porque la nieve rusa le quemó los ojos durante la campaña. Sin escribir bien, ni mal tampoco, su discurso engancha a quien lo lee y le captura con su cruda mezcla de sinceridad y barbarie. Más de cincuenta millones de libros vendidos en dieciocho idiomas lo atestiguan, y alguna película, y creo que alguna serie en puertas. La lista de sus obras es esta:
La legión de los condenados (1953)
Los panzers de la muerte (1958)
Camaradas del frente (1960)
Batallón de castigo (1962)
Gestapo (1963)
Monte Cassino (1963)
¡Liquidad París! (1967)
General SS (1969)
Comando «Reichsführer» Himmler (1971)
Los vi morir (1975)
La ruta sangrienta (1977)
Ejecución (1979)
Prisión GPU (1981)
El comisario (1985)
La gloriosa derrota (Póstuma)
El botones

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Drácula – Bram Stoker

Acabo de hablar con un amigo, de regreso de su viaje a Transilvania, sorprendido por la contemplación de aquellos agrestes y salvajes paisajes, donde destaca arriba el famoso castillo del legendario Conde Drácula, en un ámbito y situación que no tiene nada que ver con la novela de Stoker.
Me muestra una foto, en la que aparece mi amigo con una capa roja, que previamente le han prestado, mordiendo el cuello de su mujer, lo que da constancia de la bizarra especulación turística que hay montada por esos lares.. Hay que ver hasta dónde ha llegado la influencia de un libro !   Si se busca en el navegador de la web el nombre Drácula, aparece con preferencia la película, como era de esperar, y no el libro, que parece relegado a un segundo lugar. Lástima, porque la obra, al menos para mi, goza de una gran calidad literaria, aunque puestos a meternos en el tema del terror, creo que la supera Frankenstein de Mary Shelley.
Acabo de ver la película «Un lugar tranquilo», marcada en la página «FilmAffínity»con una calidad mediade 7 puntos, que no es poco.  Salí del cine con mala leche, porque ese lugar…de tranquilo nada. No es mala película, a mi juicio, pero se estropea al final ( y también desde casi al principio) con la aparición de ese descabellado y desorbitado monstruo, producto de los efectos especiales, imagen emulada y retorcida del famoso «Alien».  Eso me decidió a comentar y revalorar el libro de Stoker, un terror clásico que es todo lo contrario, ya que el clímax de terror se va mostrando en grado comedido, paulatinamente, hasta llegar al desenlace. El argumento lo dejo al margen, por suponerlo conocido por todos los lectores. El hecho de intercalar en una parte de la obra el modo epistolar entre el protagonista y su amante, le da un tono de realismo, un sesgo dentro de el resto del texto más convencional de la obra.
Sí, Drácula, ¿porqué no?. Y no por el terror, sino por eso que tienen los libros de capturar al lector y hacer que entre en un mundo de ficción y se lo crea.
Miguel Sánchez

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La gente del margen – Orson Scott Card

Este es uno de esos libros con drama postapocalíptico bastante tremebundo, pero el autor capea con solvencia todos los guijarros en que otros autores tropiezan en esta clase de relatos, y es que por algo es uno de los escritores de fantasía y ciencia ficción más conocidos.  Pero si traigo este párrafo aquí es porque, entre unas cosas y otras, aprovecha para deslizarse por la más básica de las filosofías.  Nos cuenta un episodio en el que el protagonista se dedica a intercambiar mercancías  con sus vecinos, pero esta vez le acompaña una mujer, y dice y hace cosas pero que muy sensatas:

Había un tipo de relación de vecindad entre los hombres que consistía sobre todo en no robarse, en no dormir con la esposa del otro. Pero luego estaba la relación de vecindad entre mujeres, y Teague no sabía nada de eso. Así que se aseguró de ir siempre con él cuando él empezó a dar sus vueltas para hacer trueques con las cosas que había traído de su viaje a la costa. Todo tipo de metal y herramientas, hilos y agujas, botones, broches, tijeras, cucharas y cuchillos y tenedores. Un precioso par de prismáticos por los que consiguó un colchón digno de una reina. Cartuchos para una docena de armas diferentes. Una botella de vitamina C y una botella de Tylenol reconstituyente, ambas para una dama con artritis. Y justo cuando él terminaba de hacer un trato, Tina se ponía a comentar que no tenía ni idea de cómo se cocinaban los animales
—Puedo hacer un guiso respetable y supongo que para mis recetas de dulces puedo apañarme con miel en lugar de azúcar, pero seguramente usted conocerá diez tipos de hierbas y hortalizas que yo ni siquiera veo, o si las veo, seguro que me creo que son hierbajos. No quiero molestar, pero podría intercambiar costura por lecciones de cocina. Tengo un ojo muy bueno con la aguja.
Al principio, Teague se quedaba mudo de asombro. Era obvio que en ese tiempo él había negociado solamente con los hombres, hablando con palabras de una o dos sílabas en oraciones de tres o cuatro palabras, y nunca había tenido idea de la forma en que una mujer visita a otra ni de la forma en que las mujeres se ayudan unas a otras en lugar de tratar de hacer negocios.
—Se llama civilización —le dijo ella a Teague, entre una visita y otra—. Las mujeres la inventaron y cada vez que ustedes los hombres hacen que vuele por los aires, la inventamos de nuevo.

El botones

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