Este es un libro de pensamientos sueltos, de recuerdos íntimos, de citas de autores, de grandes y pequeñas filosofías, de conversaciones interiores donde, a través de una sucesión de frases supuestamente muy inteligentes, o muy hábiles, o muy sensibles, la escritora nos intenta desnudar a la mujer que hay detrás de un matrimonio, de una maternidad, de una infidelidad y de una reconciliación, sin que ninguno de estos trances se exponga nunca de un modo convencional. Sugerir más que narrar.
Mi plan consistía en no casarme nunca. En vez de casarme me iba a convertir en un gigante del arte. Las mujeres casi nunca acaban convertidas en uno porque los gigantes del arte solo se preocupan del arte y nunca prestan atención a las cosas prosaicas. Nabokov no era capaz ni de cerrar el paraguas. Vera tenía que pegarle los sellos.
Para entender este trozo es conveniente saber quiénes eran Nabokov (un escritor de escritores) y Vera (su mujer). Convendría también haber contemplado alguna foto del tal superescritor cazando mariposas. El párrafo está bien como declaración de intenciones que luego no serán cumplidas, pero no sé yo si las feministas modernas lo aprobarían.
Si existe el hogar es para meter a cierta gente dentro y dejar fuera a toda la demás. Un hogar tiene un perímetro. Pero a veces los vecinos, las scouts o los testigos de Jehová violaban nuestro perímetro de seguridad. Nunca me gustaba oír el timbre de la puerta. Las personas que me gustaban nunca se presentaban así.
Este estilo de frases-idea aparentemente insípidas tiene tras de sí una importante carga de profundidad. El problema es cuando no se la ves por ningún lado y te quedas en la superficie con cara de tonto esperando a que salte la trucha.
Y la frase “dormir como un bebé”. El otro día, en el metro, la dijo una rubia muy risueña. Me hubiera gustado tenderme a su lado y gritarle al oído cinco horas seguidas.
Muy gracioso, sobre todo porque previamente se nos había informado de que su bebita llora mucho. Yo me congratulo tanto como con las típicas frases-hallazgo de Twitter, esas que escriben adolescentes sudorosos tras haberse pasado toda la noche pensando (o sea, cuatro minutos y medio).
El césped está demasiado lleno de gente. Ella cruza el parque manteniendo la compostura con mucho cuidado. Se siente desprotegida en los espacios abiertos. Estoy a merced de los elementos, piensa.
Esto hasta yo soy capaz de entenderlo. Hasta me gusta. Describe elegantemente una inseguridad interior relacionándola con el exterior. Vale. A lo mejor es que todo esto hay que leerlo como un ejercicio poético. Sigamos, pues, a ver.
Hubo un tiempo en que el éter estaba en todas partes. Hasta en la fosa del codo, como si dijéramos. (Y también en todos los cielos). Retrasaba el movimiento de los astros, le decía a la mano izquierda adónde había ido la mano derecha. Y luego desapareció, igual que la tierra hueca. La noticia se anunció por la radio. Ahora tan solo hay aire. Abandonen todos sus experimentos.
Lo que yo decía: poesía, poesía, y más poesía. No intentemos comprender lo anterior a la luz de la razón. Poesía pura. Releo. Me gusta, sí, el párrafo anterior me gusta, sobre todo el final. Advierto en la relectura que es posible que estas frases escondan montones de referencias literarias que escapan a mi conocimiento. Bueno, no me importa; el problema lo tienen ellos (los americanos del norte) porque un porcentaje muy importante de su población está muy cabreada (véase efecto Trump) con eso de no entender nunca nada, y de que la intelectualidad omnisciente pase de ellos como de la eme. Este asunto sociológico, tan de actualidad en todo el mundo (la revolución populista) está siendo analizado con los ojos muy abiertos por las mentes más brillantes de nuestras generaciones. Que tengan ustedes suerte. Esta ha sido una reflexión gratuita cortesía de la casa. Sencilla y barata.
A veces sigue acariciándole el pelo en mitad de la noche, y medio dormido, él se da la vuelta hacia donde está ella.
La hija corre por el bosque con la cara pintada como un indio.
Lo que dijo el rabino: Hay tres cosas que tienen el mismo sabor que el mundo que está por venir: el Sabbat, el sol y el amor conyugal.
Lo anterior está escrito así, tal cual, tres imágenes que, en principio, parecen no tener nada que ver. En principio y en final, digo yo, excepto que se lea como un ejercicio poético, o como una depurada demostración de la sensibilidad femenina. Si se trata de esto último, señores, confieso que yo carezco de ella, lo que, por supuesto, no significa nada. Que disfrute quien pueda.
Voy resumiendo, que está quedando esto muy largo, y voy a acabar cayendo en los defectos que señalo, y van ustedes a darle al “no me gusta” que pueden ustedes ver abajo. O no. Yo no lo veo. Al tajo.
Resumiendo, todo muy original. O a mí me lo parece. Quizás sea yo el convencional, el atrasado, el que no huele los cambios. Observen como voy impregnándome del estilo del libro. ¿Me atrevería a llamar aburrido al libro este? No, no me atrevo, le llamaré poético, de esos que hay que leer masticando cada palabra. Un libro para escritores, vamos, que pretende ser muy profundo, cada frase una posible cita, otra cita como tantas que adornan sus páginas. Por cierto que, en mi opinión la mayor parte de las citas son de un sosolongo subido. Claro que yo no soy chica.
Cómprense este volumen, señores y señoritas, aunque solo sea por dejarme mal.
Alberto Arzua