Este historiador británico dictó poco antes de su muerte en 2010 esta especie de testamento político. La lucidez que transmite este ensayo por todos sus poros lo hace indispensable para todo aquél a quien le interese entender el mundo en el que vivimos, especialmente a la luz y a las sombras de la actual crisis global. Resumiendo, lo que Judt plantea es que se nos ido la olla con el afán de crecer y tener más, mientras que hemos perdido los referentes reales de una verdadera vida en común. Ni más ni menos.
Tony Judt no piensa que de ésta vayamos a salir solamente aplicando ésta o aquella receta económica, ni mucho menos, sino que se trata de replantearnos nuestros objetivos como sociedad. En “Algo va mal” analiza con una brillantez tan sólo al alcance de los historiadores anglosajones, los principales hechos históricos del siglo XX y su influencia en la economía, en las relaciones sociales y en el propio pensamiento político. Las lecciones que nos enseña y su manera de explicar las cosas convierten a este volumen en una joya de lectura obligada, una lectura, por otro lado, cómoda, amable y muy enriquecedora.
Para un resumen más exhaustivo de las propuestas del ensayo, pueden ustedes acudir sin reparos a este artículo de Josep Ramoneda en El País.
Por mi parte prefiero que ustedes lean de primera mano algunos fragmentos del libro.
Los pobres votan en mucha menor proporción que los demás sectores, así que penalizarlos entraña pocos riesgos políticos: ¿eran tan “difíciles” esas decisiones? Actualmente nos enorgullecemos de ser lo suficientemente duros como para infligir dolor a otros.
La idea de una sociedad en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario es esencialmente repulsiva. John Stuart Mill.
En toda Europa las ligas de fútbol se han convertido en superligas millonarias para un reducido grupo de clubes privilegiados, mientras que los demás se quedan muy atrás, atascados en su pobreza e irrelevancia.
Si no respetamos los bienes públicos; si permitimos o fomentamos la privatización del espacio, los recursos y los servicios públicos; si apoyamos con entusiasmo la tendencia de la joven generación a ocuparse exclusivamente de sus propias necesidades: no debería sorprendernos una disminución constante de la participación activa en la toma de decisiones públicas. (…) Se ha generalizado la sensación de que como “ellos” harán lo que quieran en cualquier caso -al tiempo que sacan todo el beneficio personal posible- por qué habríamos de perder el tiempo “nosotros” en tratar de influir en sus actos.
…Una tercera respuesta –“¡Derroquemos el sistema!”- está desacreditada por su insensatez intrínseca: ¿qué partes de qué sistema y a favor de qué sustituto económico? Y, en cualquier caso, ¿quién va a derrocarlo?
…interpretar el siglo XX como una parábola del socialismo frente a libertad o comunismo frente a capitalismo es engañoso. El capitalismo no es un sistema político; es una forma de vida económica, compatible en la práctica con dictaduras de derecha (Chile bajo Pinochet), dictaduras de izquierda (la China contemporánea), monarquías socialdemócratas (Suecia) y repúblicas plutocráticas (EEUU).
… los políticos de hoy evitan la impopularidad a cualquier precio. En gran medida los dilemas y deficiencias del Estado del bienestar son consecuencia de la pusilanimidad política más que de la incoherencia económica.
No es probable que muchos “legos en la materia” se opongan al ministro de Economía o a sus asesores. Si lo hicieran, se les diría –como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su grey- que son cosas que no les incumben. La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que sólo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe.
…a parte de a las ciencias duras, ¿sigue siendo el “progreso” aplicable de forma creíble al mundo en que habitamos?
… el acceso desigual a todo tipo de recursos –desde los derechos hasta el agua- es el punto de partida de toda crítica verdaderamente progresista del mundo. Pero la desigualdad no es sólo un problema técnico. Ilustra y exacerba la pérdida de cohesión social, la sensación de vivir en comunidades cerradas cuya principal función es mantener fuera a las demás personas (menos afortunadas que nosotros) y confinar nuestras ventajas a nosotros mismos y nuestras familias: la patología de la época y la mayor amenaza para la salud de la democracia.
Si seguimos siendo grotescamente desiguales, perderemos todo el sentido de fraternidad: y la fraternidad, pese a su fatuidad como objetivo político, es una condición necesaria de la propia política.
Las estaciones de ferrocarril (…) no constituyen, por así decirlo, parte de la ciudad que nos rodea, sino que contienen la esencia de su personalidad, lo mismo que llevan su nombre pintado en los letreros. Marcel Proust.
¿Y a qué viene esto de los ferrocarriles y las estaciones? Pues piensen un poco en los aviones y en los aeropuertos, o si no, mejor, léanse este libro. No lo lamentarán.