Pasa lista de presente en «Libros Morrocotudos» el «Divino Marqués. Nieto de Laura, la de Petrarca, escribió páginas que algunos autores no se atreven a escribir y que muchos lectores se niegan a leer. Su nombre completo fue Donatien-Alphonse-Francoise Este célebre parisno vino a este valle de lágrimas el 2 de junio de 1740 y abandonó el mundo tangible el 2 de diciembre de 1814 después de llevar una vida tormentosa como personaje de sus propias obras, obras tildadas de malditas varios años antes del nacimiento de Baudelaire. Ambos autores franceses se ocupan en su prosa y su poesía de discernir entre el bien y del mal, de encontrar el significado del pecado y de las enseñanzas cristianas; un par de ases de la literatura universal señalado con el índice de fuego por los censores de su época.
Es de llamar la atención que el Marqués de Sade es producto de los turbulentos años de la Revolución Francesa y que, ni más ni menos, le tocó en suerte ser el portavoz de ese sagrado derecho humano que se llama libertad de expresión, aunque, ciertamente, el sádico Donato llevó en sus libros dicha garantía individual al extremo. Cuántos lectores se deleitan con sus escenas eróticas dibujadas con arte, sensibilidad y maestría, pero se detienen cuando el marqués asume el papel de degenerado y hace honor a su apellido precisamente al describir terribles escenas salpicadas de sangre y dolor de protagonistas, que en su mayoría fueron personas de carne y hueso, como la propia Justine, o que en voz de algunos de sus personajes ofende deliberadamente al Altísimo.
Justine, empero, sirve de argumento al Marqués de Sade para demostrar que creer en Dios, seguir las piadosas enseñanzas de Jesús, vivir con honestidad, moral y decoro no sirven de nada en esta vida y que pensar que si uno sigue estas reglas de comportamiento alcanzará la gloria después de muerte es una completa mentira. La pobre Justine, hermosa entre las bellas. muere fulminada por un rayo después de pasar la vida sufriendo realmente por defender su vurtud. Uno de sus malvados verdugos al hablar de la virginidad, le suelta, como un latigazo, el suguiente razonamiento: «Honradamente, ¿crees que le importa a Dios si ese orificio ha sido usado alguna vez?».
Desde luego, Justine pretende imitar ante el sufrimiento y la crueldad humana, lo mejor que ella puede, al Santo Cristo. Yo, como lector, carezco de luces para distinguir si es verdad que Dios no existe o que Dios ha muerto; lo cierto es que al contemplar la imagen del Crucificado y motivado por los sufrimientos de esa buena cristiana, «me mueve» a hacer la siguiente reflexión: pienso que a los amos del mundo les conviene conservar a Cristo en la cruz, como un sádico coleccionista retiene con alfileres las mariposas de su predilección. Más bien, pienso mi Dios, en quien confío, que estás dormido y aunque tu cuentas los siglos como segundos, es hora de que despiertes, te bajes de esa infamante cruz y te pongas manos a la obra. Y el mundo cambiara.
Este y otros libros del Marqués de Sade los puedes bajar de nuestra Biblioteca Morrocotuda
Matías Antonio Ocampo Echalaz