Testamento Mortal / Donna Leon

Un Brunetti muy humano recorre en esta ocasión una investigación sencilla, sin sobresaltos, sin complicaciones extras.

En “Testamento mortal” casi no hay enfrentamientos directos con sus superiores, Brunetti tiene tiempo para su mujer y sus hijos y los lectores nos encontramos en el centro de una historia llana, que tiene mucho que ver con el hecho de que ocurra en un medio ambiente dominado por ancianos.

Por no haber, ni siquiera hay “grandes malos”, mafiosos sin conciencia, criminales desalmados,… Hasta podríamos preguntarnos si hay algún crimen.

Donna Leon parece mucho más preocupada por las corrupciones de los políticos, la función de la Iglesia, el abandono familiar y social de los viejos, el maltrato a las mujeres, y el enchufismo. Es una novela “tranquila”, tranquilidad que sólo se rota de vez en cuando por afirmaciones críticas, duras y tajantes, sobre los temas que apuntaba antes.

Así, podemos leer:

“Éste también era un fenómeno con el que todos en la ciudad estaban familiarizados: ancianos frágiles, curvados en sus sillas de ruedas y cubiertos con mantas, independientemente de la estación, empujados al sol por amigos o parientes o, cada vez más, por mujeres con aspecto de proceder de Europa oriental, que los llevaban al campo a pasar una parte de lo que les quedaba de vida, en compañía de lo que quedaba de sus vidas más allá de sus reducidas y atestadas habitaciones”.

“Él se sentó de nuevo y se concentró en su propio libro, los Anales, de Tácito, que llevaba sin leer al menos veinte años. Y que ahora leía con la atención de un hombre de una generación mayor. El salvajismo de gran parte de lo que describía Tácito parecía adecuarse a los tiempos en que a Brunetti le había tocado vivir. El gobierno hundido en la corrupción, el poder concentrado en manos de un solo hombre, el gusto y la moral públicos viciados hasta más allá de lo imaginable: qué familiar sonaba todo eso.

Sus ojos se encontraron con esta frase: «El fraude, atacado repetidamente por la legislación, revivía ingeniosamente tras cada sucesiva contramedida.» Volvió a colocar el punto de lectura y cerró el libro.”

“—Guido —dijo ella armándose de paciencia—, no hay ningún eclesiástico, a pesar de lo que crees, capaz de decir la verdad lisa y llanamente.

—Eso no es cierto —rechazó Brunetti, tajante. Luego, más despacio—: Ha habido algunos.

—Algunos.

—De todos modos, tú nunca te fiaste de ellos.

—Pues claro que no me fío. Pero no los cuestiono en situaciones en las que la gente podría mentir: personas muertas o que podrían haber sido asesinadas. Recuérdalo, por favor. Yo hablo del tiempo con ellos cuando me los encuentro en casa de mis padres. La lluvia es un tema fascinante: demasiada o poca. Les gustan los absolutos. Pero esto no es lo mismo.

—¿Y te fías de ellos cuando hablan del tiempo?

—Sólo si estoy cerca de una ventana y miro fuera —respondió Paola, que se puso en pie y dijo que debía irse a la universidad.”

“Ella colocó su copa encima del periódico —de hecho, encima del rostro del hombre que aquel día había anunciado su candidatura a la alcaldía— y dijo:

[…]Ella cogió su copa, tomó otro sorbo y golpeó con el dedo el pie de la copa para señalar la foto.

—¿Puedes creerlo? Continuará siendo ministro y, al mismo tiempo, alcalde.

—¿Qué días nos tocará? ¿Lunes, miércoles y viernes? Y al gobierno de Roma ¿dedicará martes, jueves y sábados? —Bebió y dijo—: Cualquier persona normal pensaría que es un insulto, tanto para la nación como para la ciudad.

Ella se encogió de hombros.

—¿Acaso el último no conservó su puesto en Bruselas y, al mismo tiempo, el de profesor universitario?

—Estamos gobernados por una raza de héroes —declaró Brunetti, dirigiéndose hacia el frigorífico.

—¿Tú crees que si bebemos a toda prisa la botella entera hará que se vayan? —preguntó Paola, vaciando su copa y tendiéndosela.

Él sirvió, aguardó, volvió a servir y al cabo dijo:

—Un rato más y volverán, como cucarachas, pero al menos podremos verlos a través de las burbujas del champán.

En un tono despreocupado, ella preguntó:

—¿Crees que hay alguien sobre la tierra que desprecie a sus políticos tanto como nosotros?

Brunetti llenó su propia copa antes de comentar:

—Oh, estoy seguro de eso. Excepto en lugares como Escandinavia y Suiza, la mayoría de la gente los desprecia.

Ella oyó el final de la frase, pronunciado en tono de guasa, y preguntó:

—¿Pero?

Brunetti estudió la foto del periódico.

—Pero creo que nosotros tenemos más motivos que la mayoría. —Tomó un trago.

—A menudo me pregunto en qué planeta creen que están viviendo —dijo Paola, doblando el periódico y deslizándolo a un lado—. No hablan un lenguaje que el hombre comprenda; no conocen otras pasiones que la codicia y…”

“Bien, se dijo, cuando consideró la rapidez y eficacia con que se había cumplimentado su solicitud: ¿por qué la judicial había de ser diferente de cualquier otra institución pública o privada? Los favores eran concedidos a la persona cuya petición iba acompañada de una raccomandazione, y cuanto más poderosa era la persona que hacía la raccomandazione, o cuanto más estrecha la amistad entre los ayudantes que descendían a los detalles, tanto más rápidamente se atendía la solicitud. ¿Se necesita una cama en un hospital? Lo mejor es tener un primo médico en ese hospital o estar casada con uno. ¿Un permiso para restaurar un hotel? ¿Problemas con la Comisión de Bellas Artes por la pintura que uno quiere trasladar a su piso de Londres? La persona adecuada no tenía más que hablar con el funcionario adecuado o con alguien a quien el funcionario debiera un favor, y todos los caminos quedaban allanados.”

“—Pero es un hombre sin formación, con abundantes antecedentes penales, un ladrón conocido —argumentó Vianello, tratando de disimular su sorpresa.

—Podrías estar describiendo a muchos de los hombres que están en el Parlamento —replicó Brunetti, como si fuera una broma, pero de repente se sintió agobiado por la verdad que encerraban sus palabras.”

Andrés López

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