“Naturaleza casi muerta”, de Carme Riera parece una novela leve, suave, simple, pero no lo es. Se lee muy bien, es amena, su prosa es sencilla y cualquiera puede entender lo que se dice sin necesidad de ningún diccionario. Pero, me parece, es una novela de calado. Quizá su final resulta exagerado, excesivo. Pero, ¿qué importa eso?
Estamos ante una novela negra que explora sobre todo en las relaciones entre los humanos, pone al descubierto las mentiras, los ocultamientos de determinados individuos, pone una luz potente sobre algunas de las partes del ambiente universitario y nos hace comprender que está atada a una realidad histórica concreta a base de ligeras anotaciones políticas, sociales y hasta deportivas.
La acción trascurre en la Universidad de Barcelona en la que se mueven “cuarenta mil estudiantes, cuatro mil profesores y tres mil personas de la administración y servicios”. Es decir, hay suficiente “personal” como para que florezcan y se escondan en la sombra toda clase de pasiones confesables e inconfesables; es un terreno suficiente para una buena novela.
Si no vais a leer más, atentos, al menos, a estas dos “perlas”.
“Aparte, eso de que Vázquez (policía) fuera universitaria ofrecía ciertas garantías a Casasaies (profesora de la universidad), que tendía a pensar que la gente que había ido a la universidad era menos obtusa que el resto. Una generalización que, a pesar de parecer objetivamente válida, hacía aguas cuando pasaba lista a la enorme cantidad de bobos que exhibían dentro de un marco títulos de licenciatura o doctorado”
“Lo que debía decirles era tan trágico y brutal […] Ni en su lengua ni en ninguna de las que conocía existía una palabra para definir el estado de quienes habían perdido un hijo, muy al contrario de lo que ocurría con el término huérfano”.
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