Madrid. Las en punto y pico de la tarde. Llevo equis horas andando y me duelen las lumbares. Hace un frío invernal. El parque del Retiro está lleno de gente. Me han propuesto sucesivamente ramitas de romero para la buena suerte, muñequitos peludos que saltan y asustan, boinas para echar monedas, espectáculos de polichinela, mimo, magia o malabares, leerme la mano, hacerme una caricatura, descubrir mi verdadero yo interior y, finalmente, jugar un partidillo de fútbol con unos chavales colombianos a los que les faltaba el portero.
He dicho a todo que no menos a esto último. Cuando me han metido el tercer gol me he escapado corriendo, perseguido por gritos racistas. He llegado a las cuesta de Moyano agotado, sudoroso y helado, a punto de coger una pulmonía. La cuesta en cuestión bordea el parque por el exterior, frente a la estación de Atocha. Está repleta de casetas donde se venden libros antiguos. No todos son antiguos.
Tengo frío. Tengo prisa. Dentro de algunos minutos tengo que coger el autobús interurbano en la otra punta de la ciudad. Para coger el autobús primero tomaré el metro, después otro metro, luego andaré por los horribles bajos del metro, llegaré a la espantosa estación de autobuses, buscaré el mío, me sentaré y abriré el libro que me acabo de comprar. ¿No lo he dicho?
Por un euro me acabo de comprar un libro de segunda mano. Mientras bajaba la cuesta sin prisa y echaba una hojeada a lo allí expuesto, con la peregrina idea de encontrar algo parecido a aquel glorioso Vladimir Sirin (primer pseudónimo de Nabokov) que saltó a mis ojos en una feria similar, coma, resaltó a mis ojos este libro o, mejor dicho, este autor: Robert Littell.
Lo sé todo acerca de Robert Littell. Mejor dicho, no sé nada. Lo poco que sé quedó transcrito en este mismo foro morrocotudo. Busquen. Todo lo que necesito saber acerca de este menda es que se trata de uno de los mejores escritores de novelas de espías que conozco. Inteligente, hábil, fino, apasionante, directo. Estoy ansioso por llegar al autobús. El libro me quema en la mano. Es una pena que no quepa en el bolsillo. Tengo la mano helada.
Salto en el tiempo. He llegado a destino. Me he leído medio libro. Todavía me falta un autobús y media caminata para llegar a casa. ¡Lo que voy a disfrutar cenando!
Salto en el tiempo. Fin. Qué bonito.
Aviso. El Rizo está totalmente descatalogado. Observen la portada y la contraportada que he escaneado para ustedes. De nada.
Alberto Arzua
Hola. Hoy, cuatro años más tarde que tú, esperando que mis hijos saliesen del Jardín Botánico, he encontrado, entre los mismos libros de Vicky Baum y Frank G. Slaughter que tenía mi madre, “El rizo» de Robert Littell. Sólo le conozco por “The Company», pero ése es un gran aval. Probé también con su hijo, pero desistí. Buscando información sobre este libro (¡vaya traducción del título!) he llegado a tu página. Me alegra haber encontrado unos pasos paralelos a los míos en el tiempo. Un saludo.