El ser humano europeo aficionado a la literatura oye hablar de Martín Fierro y automáticamente se acuerda de Borges, ya que el genial argentino lo mencionaba con frecuencia. Los lectores adolescentes no sabíamos bien si se trataba de un autor, de un libro, de un concepto… Pues bien, se trata de un poema narrativo bastante populachero. Vaya sorpresa.
Borges lo ha citado, parafraseado y criticado en muchas ocasiones, pero quedémonos con esta postrera cita de su ensayo El Martin Fierro: “Expresar hombres que las futuras generaciones no querrán olvidar es uno de los fines del arte; José Hernández lo ha logrado con plenitud”.
La edición que me he agenciado por un euro (alianza Editorial, nº 798), comentada por un tal Santiago M. Lugones (personaje difícil, trasunto real del imaginario borgiano) es, en palabras y estilo del indómito Borges, “acaso la mejor”. Es probable, pero me importa un bigudí. Acaso.
Yo, sin saber lo que me iba a encontrar, abrí el tomito y leí:
EL GAUCHO MARTIN FIERRO
Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela;
que el hombre que lo desvela
una pena extraordinaria
como la ave solitaria
con el cantar se consuela.
Y me dije, ahí va, qué bonito, qué gracioso, qué bien me lo voy a pasar. Y efectivamente, así fue. Tiene el autor una tremenda facilidad para el pareado.
Y aunque yo por mi ignorancia
con gran trabajo me explico,
cuando llego a abrir el pico,
tengaló por cosa cierta:
sale un verso y en la puerta
ya asoma otro el hocico
Todo son quejas y desgracias con un punto inocentón.
Es triste a no poder más
el hombre en su padecer,
si no tiene una mujer
que lo ampare y lo consuele;
mas pa que otro se la pele
lo mejor es no tener
No me gusta que otro gallo
le cacaré a mi gallina.
yo andaba ya con la espina
hasta que en una ocasión
lo pillé junto al jogón
abrazandomé a la china
Siempre con el toque chulesco del auténtico gaucho. Así empieza la segunda parte (publicada en 1879), que procreó dado el enorme éxito conseguido por la primera (1872):
Atención pido al silencio
y silencio a la atención,
que voy en esta ocasión,
si me ayuda la memoria,
a mostrarles que a mi historia
le faltaba lo mejor
Tiene bastantes encuentros con indios, siempre con las de perder. Y no es de extrañar, porque…
Allá no hay misericordia
ni esperanza que tener:
el indio es de parecer
que siempre matar se debe;
pues la sangre que no bebe
le gusta verla correr.
También entra unas cuantas veces, más o menos injustamente, en cárceles tremebundas y desoladoras.
Ningún consuelo penetra
detrás de aquellas murallas.
El varón de más agallas,
aunque más duro que un perno,
metido en aquel infierno
sufre, gime, llora y calla.
Donde le infligen castigos de una crueldad infinita:
El mate no se permite,
no le permiten hablar
no le permiten cantar
para aliviar su dolor,
y hasta el terrible rigor
de no dejarlo fumar.
El peor de los cuales, para tan verborréico (y altanero) personaje, es el silencio:
Pues que de todos los bienes,
en mi inorancia lo infiero,
que le dio al hombre altanero
Su Divina Majestá,
la palabra es lo primero,
el segundo es la amistá.
Y es muy severa la ley
que por un crimen o un vicio
somete al hombre a un suplicio
el más tremendo y atroz,
privado de un beneficio
que ha recebido de Dios.
Y así hasta el final, a lo largo de tropecientas y pico sextinas (hay en el poema, además de 1063 sextinas, 74 redondillas, 48 cuartetas, una décima y cuatro romances), a cada cual más desgarrada, quejosa y chusca.
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A mí siempre me gustó especialmente eso de:
Ansí me hallaba una noche
Contemplando las estrellas,
Que le parecen más bellas
Cuanto uno es más desgraciao,
Y que Dios las haiga criao
Para consolarse en ellas.