El creador del personaje de Manuel González, alias «Plinio», guardia de Tomelloso y hábil detective de pueblo, despidió su serie de novelas con esta de «Voces en Ruidera», en la que, además de la trama entre policiaca y costumbrista de toda novela de género, se explayaba el hombre con digresiones filosóficas como las que reproduzco a continuación, extraídas de los parlamentos de algunos de sus personajes. Aquí las pongo no sólo por su estilo entre preciosista y cazurrón, antiguo y resabiado en la raíz del decir y novísimo y prístino en la del pienso.
… ¿y por qué has dicho seminaristas modernos con retintín?
– Sí, de esos que ahora se ponen en contra de los ricos.
– A buenas horas, mangas verdes, Judas vendió a Cristo y nadie ha vuelto a rescatarlo. Sigue aún en poder de los compradores.
– Eso ocurre con to, don Lotario. Así que sale algo bueno, espiritual y que puede arreglar el mundo, hay listos que lo compran para su descanso y beneficio.
– Es natural. El mundo es de los más. Y los más, son tontos o mercachifles… Los hombres, sólo de uno en uno pueden salvarse por un ideal grande. Así que se agrupan, infunden temor, y los mercan.
– Todas las religiones del mundo, Manuel, están en manos de los poderosos y a los poderosos halagan.
– Por eso debe ocurrir ahora algo muy malo para que se pongan los curas al lado de los pobres.
– …La crisis definitiva o un puentecillo hasta que el capital halle nueva fórmula de traerlos al redil.
– Mientras el dinero exista, no habrá nada grande en el mundo.
– ¿Y si no hay dinero, qué va a haber, Manuel?
– Ah, eso es el gran misterio que está por descubrir. Hasta que no se invente la manera de sustituirlo por algo que ignoro, no se arreglarán las cosas. Entonces cada hombre será lo que de verdad es y no un hijo del miedo. La vida es muy corta y cada vez se necesitan más cosas. Los billetes son vales para adquirir casi todo lo que en la tierra existe. Y su poder amaga al más soliviantado… No queda tiempo para sentir ni para pensar en nada que no sea el conseguir dinero. La vida así es la mayor corruptela que puede pensarse.
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… nos creemos que el cuerpo tiene tantas necesidades como inventa nuestra fantasía, y nos pasamos el día echándole cosas calientes, cosas frías, humos y salivas. La tradición de las hambres, nos hace creer que el cuerpo siempre tiene que estar lleno, que el descanso de la tripa es la muerte y no damos paz al diente ni a la lengua. En vez de pensar sobre la vida y observarla como episodio tan corto y misterioso que es, sólo sabemos pasarla ensilando. Yo me imagino el cuerpo en su tiniebla de tubos blancos y depósitos húmedos, harto de recibir tanto pan y tanto campanaje, tanto vino, leche y demás caldos bebibles. Pobre cuerpo, qué trajín de zurrires, qué entra y saca de cosas innecesarias. La mayoría de los mortales son un tubo digestivo puesto en pie, sin otro pensamiento que hincharlo, ni otro remedio que el sueño, ensayo diario de la función muerte. Todo nuestro furor y energía lo empleamos en defender el ensile y holgar, sin hacer nada para que mejore la vida de los sucesivos. Sólo los pocos sabios que en el mundo fueron son, mandaron esas preocupaciones a la rinconera de lo imprescindible y trabajaron por el bien humano, o por descubrir la gran incógnita del ser aquí, y del ser o no ser al contao del tránsito. Desde que nacemos sólo nos enseñan a cosear, a ir detrás de menudencias y condumios, dejando el gran problema de la ultravida… si es que lo hay. O al menos de componerse una mejor convivencia entre los que venimos sin saber por dónde.