De «Un yanqui en la corte del Rey Artus», de Mark Twain


Pasaje muy edificante de cuando el yanqui visita la corte de la fatí­dica hada Morgana. Siempre he abominado de la pena de muerte, menos en casos excepcionales, como cuando se trata de malos músicos.

En una galerí­a habí­a una banda de cí­mbalos, cuernos, trompetas y otros instrumentos de suplicio, que amenizó el banquete con una serie de sonidos discordantes que parecí­an el lamento de un moribundo. Tratábase, según supe más tarde, de una pieza nueva, y tuvo que ser repetida varias veces. No sé por qué motivo, pero lo cierto es que, después de comer, la reina ordenó que fuese ahorcado el autor de aquella… melodí­a.

La pobre reina se hallaba tan asustada y humillada, que no se atreví­a a hacer ahorcar al compositor sin consultarme. Me daba mucha pena… En realidad, a cualquiera se la hubiese dado, porque estaba verdaderamente agobiada, sufriendo horrores. Me sentí­ dispuesto, pues, a hacer todas las concesiones razonables y a no llevar las cosas a sus últimas consecuencias. Reflexioné profundamente y acabé por ordenar que acudieran los músicos a nuestra presencia, a tocar y cantar aquel cuplé, sinfoní­a, pasodoble o lo que fuese… Lo hicieron inmediatamente. Vi que la reina tení­a razón y le di permiso para ahorcar a todos los de la banda.

Oz

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