Libro amoroso de leer por su cadencia clásica, casi galdosiana. Protagonistas, el pueblo y las calles de Madrid en tiempos de Isabel II. El autor, un joven adulto, sorprendentemente novel en estas lides, nos transmite con calma y detalle nunca cansino, lo cotidiano de un poblachón donde, en 1861, se afanaban muchas veces entremezclados, clases sociales, ardides políticos, soñares despiertos… y asesinatos.
Porque esta es una novela policiaca clásica, con sus más de cuatrocientas páginas de investigación morosa, nunca pausada, donde algunas veces encontramos joyas del escribir en largo y ameno, como la siguiente:
Si hace no mucho en los barrios bajos, ahora eufemísticamente llamados excéntricos, las notas del populoso himno “Guerra, guerra al infiel marroquí” competían en protagonismo con las sempiternas coplillas dedicadas a la muy adúltera, aunque también muy católica, Isabel II y a su esposo, el afeminado e intrigante Paquito Natillas, hoy las tabernarias coplas, que junto a la desbordante concupiscencia de la reina retratan la costumbre de orinar sentado del rey consorte, se alternan con otras letrillas burlonas inspiradas en la figura del general O’Donnell.
También surgen aquí y allá observaciones interesantes:
…La causalidad, ese mensaje que manda el universo al observador atento…
…Con la extraña sensación de estarse viendo a sí mismo desde fuera y no gustarle nada lo que ve…
Palabras divertidas:
- ¿Tú o el chulazo ese al que mantienes, tía zorrona, pendonazo?
- Eso no me lo repites cuando saya ido la autoredá, comegatos, borrachuzona.
- ¡Silencio, cojondrios!
O conceptos a repasar/investigar:
Simón, coche de punto
Silla de Vitoria
En resumen, una novela de toda la vida, como dijo el otro. Me lo he pasado bien con su lectura, aunque quizás se me haya hecho un poco larga y algo confusa debido a su extensa colección de personajes (esta última observación debe entenderse a título muy personal, ya que lo he leído pasando la gripe, que es algo que no me pone de muy buen café).
Alberto Arzua