Un viernes por la noche invitas a tus amigos a cenar y tomar una copa. La fiesta se alarga hasta casi el amanecer. Cuando todos se marchan y tú te dispones a dormir, suena el teléfono. Piensas que alguien se habrá equivocado de número y le dejas que suene. Pero, después de callar, vuelve a sonar. Lo coges pensando que alguno de tus amigos ha olvidado cualquier cosa y una voz, al otro lado, te da el pésame porque tu amante acaba de matarse en un accidente de coche. Te comunica la hora de las exequias fúnebres y el tanatorio donde tendrán lugar y cuelga.
El problema está en que tú ni tienes ni has tenido nunca una amante. Además, ni siquiera, crees, conoces a nadie con el nombre de la muerta.
Y ahí comienza la ficción de “La invención del amor” de José Ovejero (premio Alfaguara 2013): una novela extraña, aunque construida a partir de un montón de episodios que podrían ser absolutamente normales en otro contexto.
La novela nos da pistas suficientes para construir el espacio y el tiempo en el que tiene lugar: estamos en Madrid en plena crisis económica, con personajes plenamente normales. A novela hace guiños continuos a nuestra perplejidad, a nuestra sonrisa de “enterados”, a “grandes” problemas del momento: paro, destrucción de empresas, falsos compromisos con la realidad, valor de la familia, interés en la descendencia, la ciudad como paisaje de nuestro devenir, y unos cuantos más.
Buscando curiosidades, por aquello de decir algo distinto de las novelas que leo, me sorprende que en las dos últimas que he leído (ambas muy actuales, ésta y “Perdida”) hay una hermana del protagonista con un papel destacado entre todos los personajes que conforman la historia.
La novela se lee muy bien. Está muy bien escrita, sorprende, aclara bien pocas cosas, pero no deja ninguna duda que importe a lo que acaba de pasar.