Sin palabras. Así me he quedado. Probablemente, cuando se lee algo tan bueno, tan “redondo”, se le agolpan a uno dentro tal cantidad de ideas, de sensaciones, sentimientos,… que para que salgan en orden haría falta algo mucho más amplio que un papel y un bolígrafo (el mar, ¿quizás?) porque estos medios son tan reducidos, tan estrechos que sólo sirven para que se forme un gran tapón.
Padura consigue un canto a la amistad ( y a algo más) sin atisbos de ñoñería o malentendidos, mientras trata de destripar la verdad (que nunca alcanzará, como ya había profetizado en el comienzo de la novela) sobre unos huesos aparecidos en la vieja mansión santiaguina en la que Hemingway vivió casi al final de su vida.
Al hilo de ello querrá conocer la verdadera dimensión humana de Hemingway y sus sentimientos hacia él. Sin mentiras. Sin ocultarse nada.
Y, mientras lo hace, deja caer una visión crítica, ácida y muy poco abierta a la esperanza sobre unas cuantas cosas. Incluida la literatura.
Adiós Hemingway de Leonardo Padura se sale de lo que suele ser normalmente una novela negra, (pero tiene todos sus ingredientes) para convertirse en un novelón sin adjetivos.
Andrés López
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