Este es uno de esos libros con drama postapocalíptico bastante tremebundo, pero el autor capea con solvencia todos los guijarros en que otros autores tropiezan en esta clase de relatos, y es que por algo es uno de los escritores de fantasía y ciencia ficción más conocidos. Pero si traigo este párrafo aquí es porque, entre unas cosas y otras, aprovecha para deslizarse por la más básica de las filosofías. Nos cuenta un episodio en el que el protagonista se dedica a intercambiar mercancías con sus vecinos, pero esta vez le acompaña una mujer, y dice y hace cosas pero que muy sensatas:
Había un tipo de relación de vecindad entre los hombres que consistía sobre todo en no robarse, en no dormir con la esposa del otro. Pero luego estaba la relación de vecindad entre mujeres, y Teague no sabía nada de eso. Así que se aseguró de ir siempre con él cuando él empezó a dar sus vueltas para hacer trueques con las cosas que había traído de su viaje a la costa. Todo tipo de metal y herramientas, hilos y agujas, botones, broches, tijeras, cucharas y cuchillos y tenedores. Un precioso par de prismáticos por los que consiguó un colchón digno de una reina. Cartuchos para una docena de armas diferentes. Una botella de vitamina C y una botella de Tylenol reconstituyente, ambas para una dama con artritis. Y justo cuando él terminaba de hacer un trato, Tina se ponía a comentar que no tenía ni idea de cómo se cocinaban los animales
—Puedo hacer un guiso respetable y supongo que para mis recetas de dulces puedo apañarme con miel en lugar de azúcar, pero seguramente usted conocerá diez tipos de hierbas y hortalizas que yo ni siquiera veo, o si las veo, seguro que me creo que son hierbajos. No quiero molestar, pero podría intercambiar costura por lecciones de cocina. Tengo un ojo muy bueno con la aguja.
Al principio, Teague se quedaba mudo de asombro. Era obvio que en ese tiempo él había negociado solamente con los hombres, hablando con palabras de una o dos sílabas en oraciones de tres o cuatro palabras, y nunca había tenido idea de la forma en que una mujer visita a otra ni de la forma en que las mujeres se ayudan unas a otras en lugar de tratar de hacer negocios.
—Se llama civilización —le dijo ella a Teague, entre una visita y otra—. Las mujeres la inventaron y cada vez que ustedes los hombres hacen que vuele por los aires, la inventamos de nuevo.