Caudillo de la libre expresión de las ideas sexuales, D.H. Lawrence a pesar de su corta vida -nació el 11 de septiembre de 1885 en Eastwood Nottinghamshire, Inglaterra y murió el 2 de marzo de 1930 en Vrncr, Francia- legó a la posteridad una extensa, profusa y comprometida obra como, por ejemplo, la de Hugo y Tolstoi. El Amante de Lady Chatterley un mal día fue subida a la picota del Santo Oficio de la literatura universal, pero finalmente fue absuelta en 1960, poco falto que fuera quemada en leña verde, y lo que son las cosas: hoy podría convertirse en una cinta de Walt Disney.
Lady Chatterley está a la altura de Madme Bobary y de Anna Karenina, adúlteras de película, adorables y deseables. Mal ejemplo para las mujeres de su época hoy, en cambio, plena y gozosamente identificada con tantas féminas dueñas de su cuerpo, mujeres independientes y voluptuosas.
Sus acertados biógrafos han señalado que para crear un personaje de la talla de Lady Chatterley, D.H. Lawrence era capaz de pensar como mujer. No olvidamos al respecto que Flaubert llegó a sostener en público que Madame Bovary era él.
Con todo, El Amante de Lady Chatterley es recomendable para quinceañeras que se aprestan a viajar a Viena, a través de su orgásmica lectura se enterarán de lo que hicieron Constance y su hermanita cuando dejaron de interesarse por las muñecas y mejor se regalaron a los muñecos. Luego se enamorarán del rústico guardabosques del cuento.
Tocante al mundo iberoamericano, no omitimos señalar que D.H. Lawrence, gran viajero, de su estancia en México, nos dejó otras obras maestras como la polémica Serpiente Emplumada y el texto de viajes intitulado Mañanas en México, con lo cual se hermana con otros escritores ingleses de la estatura de Graham Grenne (1904-1991), autor de El Poder y la Gloria y quien cultivó un singular odio por México, pero eso es harina de otro costal, hoy me concreto a recomendar la lectura de El Amante de Lady Chatterley, obra feminista -en casi todo los sentidos- encantadora.
Matías Antonio Ocampo Echalaz
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