Ya he escrito antes sobre Luis Gutiérrez Maluenda (“806 Sólo para adultos”, y “Mala Hostia”). Ahora he terminado de leer “Un buen lugar para reposar”.
En la novela negra abundan los tópicos, como no puede ser menos en cualquier género de novela, de cine, de música… Ocurre que los tópicos son muy variados y que a unos escritores les gustan unos determinados y a otros, otros.
Atila responde a un tipo de detective muy concreto. El mismo lo deja claro desde el principio.
Esto dice Atila de la novela negra y, por contraposición de su trabajo: “Un género literario en el que inteligentísimos tipos que resuelven crímenes de factura imposible sientan en sus rodillas a esculturales rubias de largas piernas, mientras trasiegan enormes cantidades de whisky, inmunes a la amenaza de sofisticados delincuentes.
Yo sólo compito con ellos en lo del whisky, y a más de uno le gano. Las rubias de largas piernas son alérgicas a mis rodillas. A mis delincuentes los encuentro en el vecindario. Con algunos me tuteo desde hace años. Y a los delincuentes sofisticados, únicamente acostumbro a verlos en las fotografías de los periódicos, o en la pantalla de un televisor. Habitualmente ocupan cargos públicos y hacen gala de una florida oratoria”.
Atila es un detective “marginal”, que se mueve entre gentes de barrios “marginados” barceloneses, de esos que las autoridades quieren hacer desaparecer porque lo que un día fue el extrarradio hoy se ha convertido en promesa de grandes negocios inmobiliarios (léase, por ejemplo, San Francisco en Bilbao). Lo que ocurre es que, mientras no acaban de conseguirlo, sus pisos casi inhabitables se han llenado de inmigrantes sin papeles, gitanos, y otras “gentes de mal vivir”, que acompañan a quienes ya no tienen ni fuerzas para salir de sus viejas casas y a algunos “resistentes” que se defienden como pueden del “poder establecido” o “por establecerse”.
“Un buen lugar para reposar es buena novela negra, de esa que muchas ves muestra que los problemas sólo se solucionan a mamporros, que la fuerza bruta es la única que algunos son capaces de entender, porque ellos ( o sus contratados) la ejercen por doquier, de esa que admite que la justicia legal sólo puede llegar a unos poquitos sitios y sólo a detener a los más desharrapados de los delincuentes, pero nunca a quienes se benefician de ellos.
La novela, corta, ligera, bordeando siempre esa moral que predica que nadie es culpable hasta que se demuestra ( y que, de paso, establece muy bien cómo se demuestra), se lee muy bien y, al final, te deja con esa sensación de satisfacción de encontrar que alguien ha hecho por ti lo que tú ni podrías ni te atreverías a hacer. Además, podéis encontrar en ella mucha inteligencia, de esa de la de la mala leche, y mucha ironía. Esta es una muestra:
“El mayor éxito que mi amigo tendría jamás en el campo de las relaciones públicas sería que alguien se sentara a su lado en el autobús”.
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