Acabo de terminar “Peores maneras de morir”, de Francisco González Ledesma, la última novela (¿por ahora?) del comisario Méndez. Me he prometido a mí mismo leer las anteriores de la serie. Esta hace el número 11.
Novela negra de las buenas.
Méndez es un investigador full-time, sin horario ni descanso, bordeando siempre la ley (pero, por el otro lado, por el la ilegalidad; es decir: a veces llega a ser legal). Y, sin embargo profundamente respetuoso con la ley… de la calle, una ley en la que él cree. La calle de verdad, no la de la estadística del ayuntamiento.
Se mueve en una Barcelona que nada debe tener que ver con la del turismo, a no ser que por turismo entendamos ese desplazamiento geográfico de los inmigrantes sin, generalmente, papeles, el de las viejas (o nuevas) prostitutas que deben cambiar de barrio cuando la ciudad se mueve, o el de las mujeres, generalmente, del Este que deben pagar con la esclavitud sexual (y con el resto de las otras esclavitudes) su temerario deseo de vivir su libertad en un país más “interesante” que el suyo.
Todo eso y más: intriga de la buena, prosa desmedida y hermosa, acción, reflexiones, críticas, un entorno en crisis, la sempiterna proximidad de un pensamiento fascista, …
“Lo que menos perdonaba Méndez era que a una persona joven le asesinaran la esperanza”
“Recordaba las mujeres quietas ante la barra, esperando que alguien las eligiera. Pero al menos eran libres, pensaba Méndez. ¿Libres…? ¿Alguien fue libre en los años de la opresión y el hambre?¿Cuántas historias no serán contadas jamás, pese a estar escritas en las cortinas y las sábanas, marcadas en los ojos e impresas en las lenguas?
“Lo que estaba claro para él era que no creía en las leyes de los tribunales tanto como en las leyes de la calle. Quiso dejar de pensar, pero no pudo. Las leyes de la calle…”
A por ella, sin dudarlo.
Ver también aquí anteriormente «Las calles de nuestros padres»