Este es un escritor con unas condiciones prodigiosas para la literatura. Su dominio de la técnica es extraordinario, así como su originalidad, capacidad inventiva, brillantez descriptiva, detallismo, humorismo… Un genio nato, sí señores.
Sin embargo, en mi opinión, este genio está bastante echado a perder por culpa de su afán de llamar la atención a todo precio, de sorprender, de asustar, de dar asco… Porque esta novela da asco, pero un asco muy asqueroso.
Yo solo tenía la referencia de la película “El club de la lucha”, basada en una novela suya, y eso ya me tenía que haber puesto sobre aviso. Porque el argumento de la peli me pareció una tontería pretenciosa y voluntariamente desagradable, con un pretendido trasfondo filosófico muy apropiado para jóvenes botelloneros desinformados.
Pero me sumergí en este libro, a ver qué tal, y las primeras… 40 páginas me parecieron excelentes. Las disfruté muchísimo, me reí y admiré al escritor y me dije, qué mal pensado eres, chaval, este tío es estupendo.
Pero seguí leyendo y empezaron a aparecer los fantasmas de Pallahniuk, a saber, burradas gratuitas, explicaciones sinsorgas, más burradas, desmembraciones, tripamientos, agonías, torturas, automutilaciones… en fin, toda una serie de estupideces gore que iban en progresivo aumento. Y no me gusta el mal rollo. Punto pelota, como dicen quienes se quedan sin argumentos. No me gusta sufrir ni que me cuenten detalladamente los sufrimientos de otros que, supuestamente, se lo pasan bomba con el dolor. Que te den.
Pero hay algo curioso en este libro, y es que, tal y como está estructurado, cada tres capítulos viene un “relato” que se deja leer sin supurar mucha sangre. Recomiendo que, si lo tienen a mano, se lean los relatos y se salten el meollo. Es lo que yo he acabado haciendo. O sea que confieso estar hablando de un libro sin habérmelo leído entero. Faltaría más. Entre los relatos estos, por cierto, hay cosas muy estimables.
Resumen: lo recomiendo a trozos.