El escritor norteamericano Ray Bradbury es conocido por sus colecciones de relatos y libros de ciencia-ficción como Crónicas marcianas (1950) y la distopía (sí, el otro día aprendí qué quiere decir esta palabrita) Fahrenheit 451 (1953). El verano pasado escogí en la biblioteca de Sagrada Familia una novela singular. La Feria de las Tinieblas. Para nada una novela perfecta, pero sí muy suculenta.
Presenta una estructura de capítulos cortos, de cuatro páginas o menos, lo que da al relato una agilidad tremenda. ¿El estilo? Frases cortas, a veces cortantes. Dinámico y poético. Dicen por ahí que tienes veneno en la piel y que esta es una novela gótica. Paparruchas de marketing. La Feria de las Tinieblas es, sobre todo, una historia de amistad entre Will y Jim Nightshade, los dos muchachos protagonistas. En esto la novela es extraordinaria.
¿Lo tenebroso, gótico, terrorífico? Sí, viaja en tren y no adelanto sorpresas aunque sí quiero decir algo: ojalá os metáis en ese laberinto.
«Apareció el tren, eslabón tras eslabón, máquina carbonera, y vagones numerosos y numerados, dormidos y cargados de sueños, que seguían el remolino de luciérnagas, cantos y rugidos de una hoguera soñolienta de otoño (…)».
«El tren de la feria tronó sobre el puente. El órgano gimió. Jim alzó los ojos.
—¡Nadie lo toca!
—¡Jim, déjate de bromas!
—¡Por mi madre, mira!
Unos estallidos tremolaban en los tubos del órgano, que se alejaba más y más, pero no había nadie ante el teclado. El viento echaba un aire húmedo y helado en los tubos, y hacía la música. (…)».
«La llamada resumía los lamentos de toda una vida, de otras noches y otros años ociosos; un aullido de perros que soñaban a la luz de la luna, vientos helados como ríos que se escurrían por las telas de alambre en los porches de enero y paraban allí la sangre, un llanto de mil sirenas de incendio, o algo peor, jirones deshilachados de aliento, protestas de un billón de muertos y moribundos que no querían estar muertos, y gemían y suspiraban entristeciendo la tierra.»
Editorial Minotauro, 2002. Traducción de Joaquín Valdivieso (muy buena traducción, me temo). 1º edición en USA: 1962.