Esta gran novela de aventuras ambientadas en la Edad Media ha tenido y tiene una influencia directa en toda una generación de escritores de fantasía épica, especialmente entre los anglosajones. Leyendo Canción de Hielo y Fuego lo pensé, por ejemplo. A veces tenía la sensación de pasear por los oscuros bosques de Tunstall en lugar de Invernalia. ¿Está un poco olvidada La Flecha Negra? Si te gustan autores como Kipling, Tolkien, George R.R. Martin o Wells, ¡agarra esa flecha voladora!
«Zumbó la flecha en el aire como un avispón enorme (…) No se movía una hoja. Las ovejas ramoneaban plácidamente; los pájaros habían vuelto a posarse. Pero en el suelo yacía un viejo con una flecha de veintisiete pulgadas en la espalda.»
R.L. Stevenson parece que pudiera acometer cualquier empresa. Desde el terror y el análisis del alma humana de Dr. Jekyll and Mr. Hyde, una novela contemporánea de su tiempo, hasta este libro, ambientando en la Guerra de las dos Rosas (la blanca de York, la roja de Lancaster), en la fascinante Inglaterra feudal. The Black Arrow cuenta el paso de la adolescencia a la edad adulta de su protagonista, Richard Dick Shelton, forzado por la violencia y la permanente injusticia que imperan en su condado, gobernado con mano de hierro por uno de los mejores malos de la literatura (¡y recordad al señor del loro, también de Stevenson!), Sir. Daniel Brackley, que bien merece un capítulo aparte, y es además el tutor del joven Dick.
Así, en este camino y descubrimiento del mundo, el inocente Dick Shelton inicia un periplo que lo llevará a convertirse en caballero, en un final salpicado por la sangre de una de las mejores batallas narradas en una novela, la de Shoreby. Una batalla que es todo un manual de cómo narrar batallas.
«Y ahora los peones de la plaza retrocedieron a la carrera en todas direcciones. Los jinetes, que habían estado aguardando en fila de a dos, picaron espuelas de repente, convirtiendo su flanco en su frente y, veloces como la víbora al morder, la larga columna vestida de acero se lanzó sobre la deshecha barricada.».
Y tras alcanzar la gloria, el joven reacciona de un modo un tanto extraño, en el que Stevenson ofrece una conclusión atípica e inteligente. También, como en el Dr. Jekyll, hay una reflexión moral.
Entremedio, una historia de amor muy lograda, convincente, con una dama muy diferente a las que pueblan los cuentos de hada de Disney, que tanto mal han hecho a la humanidad. El encuentro con los emboscados, arqueros feroces de flechas negras capitaneados por John Amend-all, una historia de venganza, el desencanto al descubrir qué sucio puede ser el mundo, la voluntad de un hombre en reestablecer eso de lo que andamos cojos, la justicia. El capitán Arblaster, un secundario impagable, y un sinfín de escenas dotadas de dos cosas importantes para hacer que una lectura sea amena: intensidad y credibilidad. Pues casi toda la narración parece extraída de una realidad, aunque lejana. Una novela catalogada de juvenil pero que es para todos los lectores.
¡Ah! Pero, ¿no he mencionado el misterio que esconde esas malditas flechas negras? En las saetas se puede leer:
Tenía en el cinto cuatro flechas negras por las cuatro penas que he soportado
y para los cuatro hombres malvados que nos tiranizan y nos atropellan
Una dio en el blanco, una ya acertó pues al viejo Appleyard muerto lo dejó.
Otra, Master Hatch, para vos,
no miento por quemar Grimstone hasta los cimientos.
A Oliver Oates otra irá a parar que a Sir Harry Shelton mandó degollar.
Y para Sir Daniel la cuarta será y todos dirán que bien hecho está.
Cada cual tendrá lo que ha merecido una flecha negra por cada maldad y ahora caed de rodillas, rezad
¡porque ya estáis muertos, vosotros, bandidos!.
Como apunte final, decir que el autor escocés traza hacia el final del libro un personaje formidable. Ni más ni menos que Ricardo III; el último rey de la casa de York y el último muerto en batalla. William Shakespeare lo maltrató, presentándolo como un cobarde, nada más lejos de la realidad. Richard III fue un militar experto y temerario. Ya se sabe que la historia la escriben los vencedores, como en el caso de griegos y persas. Y ya se sabe, que, muerto Ricardo III “el jorobado”, llegaron los asquerositos de los Tudor.