Antes de leer esta novela se hace necesario consultar la entrada “Estonia” en la enciclopedia que se tenga más a mano. La historia de este baqueteado país, maltratado por alemanes y rusos, contiene las claves de todo lo que sucede. De hecho los personajes se mueven entre el pasado y el presente, la trata de blancas y las purgas políticas, el horror y el espanto, el miedo y el dolor, la inocencia y la brutal culpabilidad, lo humano y lo demasiado humano.
Deshechos de la condición humana despliegan su estupor vital como zombis en medio de una tormenta de fuego. Nadie se salva, nadie es simpático, nadie está sano. Y, sin embargo, dentro del estupor de la lectura, vamos aprendiendo algo, no sé qué, pero algo, algo que muy posiblemente nos ayude a vivir mejor. De la contemplación del abismo cada cual debería sacar sus propias conclusiones.
La joven escritora finlandesa Sofi Oksanen maneja sus hilos con habilidad y sin grandes alharacas. Nos sumerge en los dramas personales mediante recursos literarios tan típicamente nórdicos como femeninos, y diciendo esto no pretendo molestar a nadie sino aclarar que la escritura es heladora y el punto de vista abrumadoramente alejado del macho-dominador.
Se me ha hecho extraño leer este libro, no sé si recomendarlo y ni siquiera sé si me gusta, pero de lo que estoy seguro es de que su lectura ha habilitado ciertas conexiones en mis neuronas que antes no estaban ahí. Literariamente, a pesar de los muchos premios que ha recibido, no es como para echar cohetes ya que los trucos del oficio (hoy los jóvenes salen muy listos) están demasiado a la vista, pero el valor de esta novela trasciende de las propias palabras, es como si algo flotara a su alrededor.
Esta chica se hizo conocida con su primera novela, Las vacas de Stalin. Cualquier año de estos me la leo. Dicen que trata de trastornos alimentarios. Déjenme respirar.