Maderos / Ken Bruen

Que uno sea bebedor en Irlanda es como ser negro en Kenia. Que uno sea borracho y policía es prácticamente la norma. Pero que a uno lo echen de la policía de Irlanda por borracho… ¿ustedes comprenden? Pues ese soy yo. O era. Ahora soy, ay que me da la risa, detective privado. Eso sí, estoy prácticamente reformado y me pego días y días en los que no necesito el güisqui para filosofar y ya filosofo a palo seco. Ser filósofo en Irlanda es como ser negro en Kenia también. Ayudó bastante a que me echaran el que le diera de leches a un diputado por exceso de velocidad, por eso y por bajarse del coche diciéndome aquello de «Niñato insolente, no sabes con quién hablas, voy a hacer que te despidan», y ya puestos, aproveché para darle razones.
Luego estuve en un hospital donde me trataron muy bien y me dejaron apto para servir a la sociedad desde mi flamante nuevo oficio. También van a echarme de mi piso, la inquilina de al lado quiere comprar la casa y le sobro.

«Es mona, tiene veinte y pocos años. En una ocasión, cuando olvidó su llave, abrí su puerta con una ganzúa. Envalentonado, pregunté:
—-Te apetece salir una noche?
—Oh, nunca rompo mi regla de oro.
—¿Qué regla es ésa?
—No salir con borrachos.
Tiempo después, su coche tuvo un pinchazo y yo le cam¬bié la rueda. Ella dijo:
—Escucha, aquella otra vez… me porté como el culo.
¡Como el culo!
El caso es hablar mal.
Me levanté, las manos llenas de grasa, esperé. Ella continuó:
—No debí haber dicho, ya sabes… aquella cosa tan horrible.
—Eh, olvídalo.
El perdón es como un chute que se te sube a la cabeza. Te hace estúpido. Yo dije:
—Entonces, ¿te apetece salir, picar algo?
—Oh, no podría.
—¿Qué?
—Eres demasiado viejo.
Aquella noche, en plena oscuridad, salí sigilosamente y volví a pincharle la rueda.»

Total que vino una clienta, guapa por cierto, a mi bar a que descubriera quién asesinó a su hija, vamos, eso que se llama «la trama» en cualquier novela policiaca que se precie. Me pagaba una mierda pero le dije que sí porque algo me decía que acabaría tirándomela.
Lo del crimen está muy bien descrito y al final le doy su merecido al malo, o sea, se puede leer este libro porque al malo le dan mucho por saco.
También me hago amigo de una titi muy guapa, y algo puesta, cantante jevi, o punk, no sé bien, de esas de negro con medias rotas. Nos caemos bien, aunque podría ser su padre, una tía maja. Me acepta como soy.
También tengo un amigo gamberro. Un peligro de tío, creo que es medio nazi o medio como del kukuxclán si en Irlanda lo hubiera. No es de fiar, pero parece que lo tengo loquito y me tiene por su amigo del alma. Es que una vez vio cómo mataba a un tiparraco (muy merecidamente) y desde entonces soy su héroe. No se puede ir por ahí haciendo el bien sin que te salgan seguidores.

«—No hay mucho que contar. Al señor Planter le gustan las jovencitas. A veces se ponen difíciles, empiezan a soltar amenazas. Qué puedo decir, se deprimen, se tiran al agua.
Hasta entonces, yo había permanecido tranquilo. Pero algo en su petulante expresión, el desprecio en su voz, me enfureció. Me levanté y me lié a puñetazos con él. Le tiré al suelo y me escupió. Me lo quité de encima y su cabeza cayó pesadamente sobre una mesa baja. No se movió. Sutton se acercó, le tomó el pulso y dijo:
—El hijo de puta la ha palmado.»

Bueno, sigo con el caso de la chica asesinada… pues que el malo manda mucho y manda a dos polis que trabajan para él cuando acaban su turno que me den una paliza. Los distingo por los zapatos. Soy muy bueno yo distinguiendo a los polis. El caso es que me dejan hecho un guiñapo, pero yo, erre que erre, sigo con el caso.
También aparece mi madre de vez en cuando. No la soporto. Mi padre era un santo varón, pero mi madre una auténtica bruja, y lo peor es que me mira como si fuera el fracaso de su vida. ¡Como si necesitara mirarme a mí para ver el fracaso de su vida! Aparece, entre otras cosas cuando me desplomo en la calle y me llevan al hospital, pero en cuanto estoy bueno no vuelvo a verla, se ve que si no puede hacer de madre sacrificada no le intereso. En el hospital leí mucho, siempre he tenido esa manía, me la inculcó mi padre, que también tenía ese defecto.

«Como ya he dicho, mi padre trabajaba en los trenes. Le encantaban las novelas del Oeste. Siempre llevaba un maltrecho volumen de Zane Grey en su chaqueta. Luego empezó a pasármelas. MÍ madre decía:
—Le vas a convertir en un mariquita.»

En realidad me paso casi todo el libro sobrio y diciendo graves axiomas filosóficos cojonudos, es lo que tiene ser irlandés y expoli, que se propende mucho a la filosofía trascendental. Efectivamente me tiro a mi clienta y hasta nos enamoriscamos un poco, pero yo, como buen detective, no sirvo como pareja. No se puede tener todo. Me resulta raro hacer el amor sobrio.

«Comprobé mi aspecto en el espejo. Pregunté:
—¿Le comprarías un coche a este tipo?
No.»

El amigo peligroso ese que decía… es realmente peligroso, hasta me da miedo, es de los que cambiarían su volkswagen golf por un tanque si los vendieran en el concesionario. ¡Y encima es un pintor de éxito! Quizá le pida ayuda para lo de mi vecina.

«Linda se aproximó con un tipo alto y dijo:
—Jack, quiero presentarte a Johann, mi novio.
—Enhorabuena.
Johann me miró de arriba abajo y preguntó:
—¿A qué te dedicas, Jackues?
—Me llamo Jack. Estoy en el paro. Linda ofreció una sonrisa forzada y dijo:
—Johann es de Rotterdam, es programador.
—Estupendo, yo tengo la tele estropeada.»

¿He dicho que pesco al malo? Ah, sí. Pero no es que acabe bien, en realidad mi vida es como es y no se puede pretender cambiar de la noche a la mañana. Debería irme a Londres, allí sí tendría un futuro como detective ¿no? Aquí nos conocemos todos. Sobre todo aquí me conozco yo. En Londres no me conocería ¿no? Sería otro, quiero decir, no sería Jack en Galway, y eso es como no ser el mismo Jack. Además, el malo mata a mi barman, eso sí es una gran putada. Y la paga aquí tampoco es gran cosa.

«Pregunta: -¿Qué sabes acerca del dinero?
Joven: -No mucho.
Respuesta: -Así es como marcan los tantos.
—BILL JAMES, Gospel»

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