Hay que reconocer una cosa bastante tonta que pasa con esto de la literatura. Y ello es que los libros te entran también por la vista. Las editoriales se esfuerzan en que las portadas sean atractivas, además de aderezarlas con los típicos comentarios de “la mejor novela del año”, “imprescindible” y otras zarandajas mentirosonas. Nada que objetar, la función de los mercaderes es la venta (Dios único y verdadero del capitalismo) y para ello utilizan todas las artimañas posibles. Es necesario estar muy atentos para que no te metan gato por liebre. Sí, igualito que al comprar una lavadora (o mismamente una liebre para el guisote).
Si utilizáramos libros electrónicos este problema no existiría, por supuesto, porque ya no serían necesarias las portadas para envolver las páginas (aunque no veo por qué no nos iban a alegrar la vista con algunas imágenes, fotillos, o incluso animaciones y vídeos). Pero de momento yo, por lo menos, sigo fiel al papel, a la celulosa, a la deforestación y al cambio climático inducido. ¿Soy malo? No, soy pobre y vago. Mis pecunios y mis piernas me dan justo para llegar a la biblioteca del barrio y observar, admirado, portadas como la que aquí les presento.
¿A que es fea de narices? Es de la editorial Valdemar y la he tenido que escanear porque no se atreven a ponerla en Internet. Nada más ver el libro allí expuesto me dije, digo, vaya cosa más horrorosa, seguro que lo de dentro es una porquería… ¿Me siguen ustedes el razonamiento idiota? Porque como razonamiento idiota, es de los más idiotas que conozco. ¿Por qué? Porque, en el caso de los libros, el contenido no tiene nada que ver con el continente. Vaya cosa más tonta acabo de decir. Pero es verdad.
Todo lo cual me sirve como preámbulo para afirmar que este volumen de pequeños cachitos de literatura fantástica española es FANTÁSTICO. Fantástico en el sentido de estupendo, muy bueno, cañón, chachi piruli. Se trata de una recopilación de aquellos fragmentos o cuentos en lo que los autores no nos presentan una realidad conocida sino una realidad imaginaria, fantaseada, fantástica, producto de su artística fantasía.
Pero atentos, esto no es ciencia ficción, sino algo previo y/o tangencial. Y tampoco se reduce todo a historias de fantasmas o aparecidos, sino que va mucho más allá. Va tan allá como lo permite la imaginación de los autores, que es mucha y muy variada. A pesar de que en la historia de la literatura española la constante abrumadora es el realismo, por un lado existen unos pocos escritores que han practicado con fruición y destreza el no-realismo, y por otro agrada descubrir que también entre los afamados realistas se han dado fantásticas veleidades, cómo no.
Este tomo empieza con Alfonso X el Sabio, no se lo pierdan, y va pasando por Cervantes, Quevedo, Espronceda, Becquer, Galdós, Unamuno, Baroja, Sánchez Ferlosio… y muchos otros conocidísimos que no mencionamos por no alargar el listado (con decir que nos hemos dejado a Lope de Vega y a Valle Inclán…) hasta acabar en el ínclito Pere Gimferrer. ¡Más de 50 escritores seleccionados! ¡Cientos de obras consignadas! ¡Parezco un vendedor de feria!
Pero así es, este libro tiene muchísimo para descubrir y disfrutar. Además los trozos son bastante cortitos y se pueden leer con mucha comodidad. Y por supuesto que también aparecen los pocos escritores que han practicado la fantasía en España, por ejemplo Alvaro Cunqueiro (un autor sencillamente excepcional) y Juan Perucho, además de tener la posibilidad de descubrir a otros de cuya existencia simplemente sospechaba o acerca de los cuales claramente no tenía ni idea (Ros de Olano, Sawa, Insúa, Dieste…). ¡Grandes descubrimientos, pardiez! ¡Recomendable de todas todas!
Vamos a poner algún cachito, venga, no seamos rácanos.
El humor es una constante en la fantasía. Rus de Olano lo practica.
Aquel que crea que miss Tintin era inglesa, caerá en error.
Miss Tintin era de la isla, y la isla era de la mar; porque la mar puso la isla como una gallina pone un huevo.
A más de que si todo lo que empieza por llamarse mis fuera necesariamente anglosajón, no hubiera gato que no fuese inglés y no habría español que se atreviera a decir de sus narices mis narices, por temor de declararlas ajenas y extranjeras.
Pedro Antonio de Alarcón nos habla de un ingeniero de caminos muy racional y valiente, pero que tiene un miedo muy peculiar.
No sé si por fatalidad innata de mi imaginación, o por vicio adquirido al oír alguno de aquellos cuentos de vieja con que tan imprudentemente se asusta a los niños en la cuna, el caso es que desde mis tiernos años no hubo cosa que me causase tanto horror y susto, ya me la figurara mentalmente, ya me la encontrase en realidad, como una mujer sola, en la calle, a altas horas de la noche.
Personaje galdosiano al canto.
La familia de Pacorrito Migajas no podía ser más ilustre. Su padre, acusado de intentar un escalo por la alcantarilla, fue a tomar aires a Ceuta, donde murió. Su madre, una señora muy apersonada que por muchos años tuvo puesto de castañas en la Cava de San Miguel, fue también metida en líos de justicia, y después de muchos embrollos y dimes y diretes con jueces y escribanos me la empaquetaron para el penal de Alcalá.
Leopoldo Alas Clarín nos presenta a un difunto escuchando a su mujer rezándole mentalmente.
Padre nuestro (¡cómo tarda el otro!) que estás en los cielos (¿habrá otra vida y me verá éste desde allá arriba?), santificado (haré los lutos baratos, porque no quiero gastar mucho en ropa negra) sea el tu nombre; venga a nos el tu reino (el entierro me va a costar un sentido si los del partido de mi difunto no lo toman como cosa suya), y hágase tu voluntad (lo que es si me caso con el otro, mi voluntad ha de ser la primera y no admito ancas de nadie –ancas, pensó mi mujer, ancas, así como suena) así en la tierra como en el cielo (¿estará ya en el purgatorio este animal?).
El clásico Fendetestas de Wenceslao Fernández Flórez
Cuando Fendetestas abandonó sus tareas de jornalero en Armental para emprender la higiénica vida de ladrón de caminos no disponía más que de un pistolón probado algunas veces en las reyertas de romería, y cuyo cañón, enmohecido y atado con cuerdas, parecía casi el cañón de un trabuco. Fendetestas llevó también a la fraga un ideal: robar la casa de algún cura. No hubo ni hay en el campo gallego un solo ladrón que no haya robado a un cura o soñado en robarle.
Rafael Dieste nos presenta a un personaje que no se atreve a decir (por vergüenza) que el “muerto” del ataúd está vivo. El relato empieza así:
Fue cerca del camposanto cuando sentí removerse dentro de la caja al pobre Bieito. (De los cuatro portadores del ataúd yo era uno). ¿Lo sentí o fue aprensión mía? Entonces no podía asegurarlo. ¡Fue un rebullir tan suave…! Como la tenaz carcoma que roe, roe en la noche, roe desde entonces en mi magín enfervorizado aquel suave rebullir.
Pero es que yo, amigos míos, no estaba seguro, y por tanto –comprendedme, escuchadme-, por tanto no podía, no debía decir nada.
Felipe Ximénez de Sandoval propone un intercambio de almas entre hombre y loro. Obsérvese el aspecto del alma del loro:
A la luz prodigiosa de los rayos se dibujaba junto al corazón trepidante del loro su alma. Era un cilindro pequeñísimo de sustancia oscura y compacta, llena de estrías como un rollo de fonógrafo.
De todos los autores incluye el recopilador Martínez Martín una breve reseña biográfica. La de Álvaro Cunqueiro, el más fantástico de los escritores españoles, empieza así:
Descendiente por la línea paterna del paladín Roldán y una sirena, tuvo por tío a don Ramón del Valle-Inclán, y ha sido alguna vez Ulises y Simbad, el ciego Abdalá y el errante Ashaverus. Cuando aún era niño, pasaba muchas horas en la farmacia de su padre…
Juan Perucho, uno de los más gamberros y cultos escritores españoles, de quien recomiendo cualquier escrito, cita un fragmento de una supuesta Historia natural y geográfica del principado de Cataluña:
Sin embargo del elogio muy cumplido de los pezes en lo moral y en lo physico, no les disimula una propiedad muy vergonzosa y reprehensible que es comerse unos a otros, y lo peor es que los grandes se comen a los pequeños. Si los pequeños se comiesen a los grandes, un solo Pez grande bastaría para muchos millares de los pequeños; pero, comiéndose los grandes a los pequeños, muchos millares de estos no bastan para saciar el hambre y llenar el buche de aquellos, y eso en lo moral y en lo physico tiene malísimas consequencias.
Acabemos con una réplica de Gonzalo Suarez (sí, el director de cine):
-¿Causas que provocaron la defunción?
-Los días, al sucederse unos a otros sin interrupción
Y con la última frase de Pere Gimferrer (sí, el poeta), que resulta ser asimismo la que cierra el libro:
En los jardines se cometen muchas irregularidades, y a menudo quien más debería saberlo no tiene de todo ello la menor noticia.
Vaya, de lo que se entera uno…