Mil años de poesía europea / Francisco Rico (3)

Se ha dicho muchas veces que la poesía es intraducible. Bien dicho. Repitámoslo una vez más, bien alto: LA POESÍA ES INTRADUCIBLE. Su herramienta son las palabras, su ritmo y su rima, su sonido y sus silencios, su significado evidente u oculto, su relación con otras palabras, con otros sonidos, con otros sentidos lejanos o cercanos, en la misma frase, delante, detrás, al final o al principio del verso… incluso con palabras no pronunciadas pero que surgen como chispas en la mente del lector…. Es un juego tan complicado y sutil (el del alma) con un material tan tosco y delicado (el lenguaje) que un pequeño fallo en su trascripción  puede arruinarlo todo. ¡Qué no hará una traducción!

Para intentar que un desconocedor del idioma en el que se ha escrito una poesía pueda captar algo siquiera de su contenido, los traductores han recurrido a dos técnicas contrapuestas.

Traducción literal. Cogen las frases y palabras y, sin preocuparse de la sonoridad final, las van traduciendo, intentando no equivocarse en el sentido que el poeta pretendía otorgarles.

Traducción libre. El traductor (generalmente otro poeta) intenta reproducir no ya las palabras sino el ambiente y la intención implícita en los versos. Para ello suele inventar nuevas rimas y usar de las palabras con cierta libertad.

Ambas técnicas son defectuosas, y los traductores lo saben, pero sin embargo no pueden hacer otra cosa.

En el primer caso se decide conservar el sentido de lo que se dice, el mensaje, tal y como se expresa, pero resulta totalmente imposible porque el mensaje se encuentra inmerso en la propia música. Si tan sólo hubiera mensaje, tema o argumento, no estaríamos hablando de poesía, sino de narración o ensayo. Y así y todo…

En el segundo caso se opta por crear algo nuevo que inevitablemente refleja las capacidades técnicas y sensibles del traductor. En mi opinión la poesía original queda más difuminada, aunque sea más… digamos… bonita.

En fin, este es un tema acerca del cual se han vertido tantos litros de tinta (y no sólo respecto a la poesía… véase el caso del divino Nabokov y sus deliciosas disquisiciones acerca del tema) que no vamos aquí a descubrir nada nuevo, ni tan siquiera a rozar el problema. Sin embargo, como el propósito de esta web es más práctico que teórico, más de gozar que de pensar, me apetece meterme en harina mediante algún ejemplo

A continuación se exponen dos traducciones diferentes de dos estrofas del poema “Ana” de Paul Valéry, contenido en el magnífico volumen “Mil años de poesía europea” (la edición es, por supuesto, bilingüe) que en esta tercera entrega aquí seguimos comentando. Adivinen ustedes cuál es la traducción literal y cuál la libre.

Versión 1.

Entre las blancas sábanas mezclada, abandonando
El cabello a los ojos con letal languidez,
Ana mira sus brazos lejanos, reposando
Suavemente en el vientre de lunar palidez.

Espira, aspira sombras su garganta serena,
Y, apretando su carne, siente el recuerdo albar
De una boca cansada, de agua quemante llena,
Con el sabor inmenso y el reflejo del mar.

Versión 2.

Ana que se mezcla con la pálida sábana y suelta
Cabellos dormidos sobre sus ojos mal abiertos
Contempla sus brazos lejanos girados con blandura
Sobre la piel sin color del vientre descubierto.

Ella vacía, ella llena de sombra su garganta lenta,
Y como un recuerdo comprimiendo sus propias carnes,
Una boca rota y llena de agua ardiente
Rueda el gusto inmenso y el reflejo de los mares

¿Qué versión creen ustedes que consta en el libro? Si alguien me lo pide, responderé a esta cuestión y trascribiré el poema original en francés. Y si no… pues ya veremos. Permanezcan atentos al próximo capítulo, el cuarto, de estos comentarios del libro Mil Años de Poesía Europea. Hasta entonces.

Alberto Arzua

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