En España, al poco de morir Franco, se instauró la democracia y, con ella, el Estado de las Autonomías. En la Comunidad Autónoma Vasca se hizo con el poder político el Partido Nacionalista Vasco. Durante casi tres decenios el pensamiento políticamente correcto pasó a ser el del nacionalismo vasco. Cualquier idea que se saliera del pequeño tiesto nacionalista pasó a ser anatemizada; sus opositores, invisibles; sus víctimas, insultadas…
En fin, que los no nacionalistas las han pasado canutas en esta Euskadi de nuestros amores. Es por ello que libros como el que aquí comento, un divertido análisis del nacionalismo vasco, resultan imprescindibles para sacudirnos tantos años de pensamiento único.
Su autor, Jon Juaristi, de familia nacionalista, confiesa haber sido educado en el Opus y haber militado en ETA, entre otros curiosos datos de una biografía muy humana por lo variado y evolutivo. Se trata de un riguroso intelectual, lingüista y poeta, que, con mucho sentido del humor y no poca mala baba, nos razona las radicales sinrazones del nacionalismo vasco. Si no te has quedado anquilosado en lo políticamente correcto (España mala, PP asesino, ETA luchadora…) disfrutarás mucho con esta obra subtitulada “El nacionalismo vasco explicado a mi padre”. Y aprenderás un montón.
Habla bastante de religión, porque la religión está muy ligada al nacimiento y posterior evolución del nacionalismo vasco. Véase parte de un análisis donde se muestran los históricos intentos de ver en el cristianismo la culminación de la religión primitiva.
El padre de todos los intelectuales populistas del siglo XVIII, Herder, era un pastor luterano, pietista, que emprendió el estudio de las culturas populares con la esperanza –común a muchos otros intelectuales de su época- de poder reconstruir la religión primitiva de la humanidad y demostrar su coincidencia con la revelación cristiana. Herder suponía que la religión primera de la humanidad debía de ser también la religión natural, esto es, aquella que todo ser humano lleva inscrita en lo más íntimo de su alma, que se confunde con su conciencia moral, y que no discrepa de las enseñanzas de Cristo (por el contrario, alcanzaría en estas su plenitud).
También habla de la bandera española. Sí, esa tan facha y tan fea. Con un par.
(…) Por supuesto, los símbolos son convencionales, no sagrados, pero hacen visible un orden que no es tan evidente. Al darnos la Constitución, nos dimos ese símbolo. La bandera nacional es el símbolo de la nación democrática. Y no se trata de gustos: los colores me podrán parecer más o menos bonitos o chillones, despertará en mí buenos o peores recuerdos; pero la necesitamos para afirmar lo que somos, gentes identificadas con un orden democrático, el de una Nación-Estado concreta, que está siendo atacado aquí, en San Sebastián o en Madrid o en Sevilla por un terrorismo totalitario.
¿Cómo reacciona un progre ante una argumentación de este tipo? Como un resistente franquista de carnaval. Lo más seguro es que diga algo como: Yo soy republicano. Mi bandera es la tricolor. La rojigualda es la bandera de la monarquía. Respóndele, por ejemplo: De acuerdo, pero vamos a dejar a un lado lo que tú eres o imagines ser, los orígenes de la bandera y todo lo demás. ¿Es o no la bandera establecida por la Constitución? Te contestará: Lo es y yo la respeto. Representa al Estado y no me parece mal que ondee en los edificios públicos; pero de ahí a llevarla yo hay un trecho. Este, de todas maneras, sería un tipo benigno y moderado de progre. La Constitución que teóricamente aprueba y defiende es, para él, una especie de menú del que sólo le incumben las disposiciones que le gustan; las demás, que las defienda la Marina de Guerra. Pero hay un tipo más radical y antisimbólico: el que sostiene que todas las banderas le repugnan, porque están manchadas de sangre. Bien, nadie va a negar a estas alturas el origen guerrero de las banderas, que fueron al principio señales para localizar el lugar de los jefes en la confusión de la batalla. (…) A mí, este pecado original de las banderas no me parece motivo suficiente para prescindir de ellas. Si rechazásemos todos los artefactos en cuya invención ha existido una motivación bélica o agresiva, tendríamos que prescindir de todos, desde la boina hasta Internet. (…) Todo lo que ha salido de las mentes y de las manos de los hombres puede ser utilizado para la guerra o para la paz, y las banderas no son la excepción.
Si te gusta lo que has leído, si el autor te parece un tipo valiente y sin pelos en la lengua, esta Tribu atribulada te va a encantar. También te recomiendo otros libros suyos con tema similar: El linaje de Aitor, El bucle melancólico, Sacra Némesis.
Si te ha cabreado la lectura de los fragmentos que aquí he copiado, lo mejor es que saques la ikurriña al balcón y cantes a voz en grito el himno del PNV, que “casualmente” coincide con el de Euskadi (de esto también habla Juaristi).
Si ni fú ni fá, puede que sea debido a que no eres ni vasco ni vasca, estado por el que te felicito sinceramente. Un problema menos.