Mi años de poesía europea / Francisco Rico (2)

Supón, estimada joven, que un día te enrollas con un chico que te gusta mucho, descubriendo poco después que el muy julai lo ha ido contando por ahí. Seguro que montas en cólera y piensas en cómo cantarle las cuarenta.

Pues bien, Lope de Vega lo expresa así (chico: Zaide. chica: Zaida):

<<Mira, Zaide, que te aviso

que no pases por mi calle

ni hables con mis mujeres,

ni con mis cautivos trates,


ni preguntes en qué entiendo

ni quién viene a visitarme,

qué fiestas me dan contento

o qué colores me aplacen;


basta que son por tu causa

las que en el rostro me salen,

corrida de haber mirado

moro que tan poco sabe.


Confieso que eres valiente,

que hiendes, rajas y partes

y que has muerto más cristianos

que tienes gotas de sangre;


que eres gallardo jinete,

que cantas, danzas y tañes,

gentil hombre, bien criado

cuanto puede imaginarse;


blanco, rubio por extremo,

señalado por linaje,

el gallo de las bravatas,

la nata de los donaires.


Y pierdo mucho en perderte

y gano mucho en amarte,

y que si nacieras mudo,

fuera posible adorarte;


y por este inconviniente

determino de dejarte,

que eres pródigo de lengua

y amargan tus libertades,


y habrá menester ponerte

quien quisiere sustentarte

un alcázar en el pecho

y en los labios un alcaide.


Mucho pueden con las damas

los galanes de tus partes

porque los quieren briosos,

que rompan y que desgarren;


mas tras esto, Zaide amigo,

si algún convite te hacen

al plato de sus favores,

quieren que comas y calles.


Costoso fue el que te hice;

venturoso  fueras, Zaide,

si conservarme supieras

como supiste obligarme.


Apenas fuiste salido

de los jardines de Tarfe

cuando hiciste de la tuya

y de mi desdicha alarde.


A un morito mal nacido

me dicen que le enseñaste

la trenza de los cabellos

que te puse en el turbante.


No quiero que me la vuelvas

ni quiero que me la guardes,

mas quiero que entiendas, moro,

que en mi desgracia la traes.


También me certificaron

cómo le desafiaste

por las verdades que dijo,

que nunca fueran verdades.


De mala gana me río;

¡qué donoso disparate!

No guardas tú tu secreto

¿y quieres que otri le guarde?


No quiero admitir disculpa;

otra vez vuelvo a avisarte

que ésta será la postrera

que me hables y te hable.>>


dijo la discreta Zaida

a un altivo bencerraje

y al despedirle repite:

<<Quien tal hace, que tal pague.>>


Alberto Arzua

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