Desde “Pastoral Americana” (1997), su última obra maestra, Philip Roth tan sólo había producido pequeñas novelas que en otros escritores serían consideradas magníficas, pero que en el más genuino representante vivo de la literatura norteamericana se deberían computar como obras menores: La Mancha Humana, el Animal Moribundo, Elegía, Sale el Espectro. De forma curiosa son estas últimas entregas las que lo han hecho más conocido en nuestro país, donde hasta ahora no existía para el gran público. Ha ayudado la película basada en Elegía que realizó Isabel Coixet. Por cierto que el autor declaró que no entendía el porqué de dicho título cuando originalmente se llama Everyman (cada hombre). Yo tampoco entiendo esa manía de cambiar los títulos en España.
Sea como fuere, Indignación es la última obra que nos llega de Philip Roth (aunque en su país ya han editado otra y está a punto de salir otra más) y, para mí al menos, cada nueva entrega de su talento constituye todo un acontecimiento.
En este caso la novela no me ha decepcionado. Es cierto que Roth es capaz de mucho más, pero no le pidamos peras al olmo a un hombre de su edad: la intensidad emocional de sus grandes logros no se puede mantener cuando se está cerca de los ochenta. O a lo mejor sí. Ojalá me equivoque. Por si acaso, acogeré con la misma alegría cada obra de este escritor excepcional.
Y más que explicar las razones por las cuales he disfrutado leyendo este libro (tensión, naturalidad, profundidad, empatía, ligereza, sorpresa, interés…) me limitaré a copiar una larga cita.
El protagonista está recién operado de apendicitis. La chica le va a visitar.
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– ¿Qué te dan de comer? –me preguntó.
– Gelatina de frutas y cerveza de gengibre. Mañana empezarán a darme caracoles.
– Pareces muy animado.
¡Qué hermosa era! ¿Cómo podía habérsela chupado a Sonny Cottler? Claro que, ¿cómo podía habérmela chupado a mí? Si Cottler había salido con ella una sola vez, entonces ella también se la habría chupado en la primera cita. ¡También, el tormento de ese “también”!
– Mira –le dije, y retiré las sábanas.
Ella bajó las pestañas, recatadamente.
– ¿Qué pasaría si entrara alguien, mi amo?
No podía creer que ella hubiera dicho eso, pero tampoco podía creer lo que yo acababa de hacer. ¿Era ella la causante de mi audacia, o era yo quien se la causaba a ella, o nos la causábamos mutuamente?
– ¿Se está drenando la herida? –me preguntó-. ¿Es ese tubo que cuelga de ahí un drenaje?
– No lo sé. No sabría decirte. Supongo que sí.
– ¿Y qué me dices de los puntos?
– Esto es un hospital. ¿Dónde estaría mejor que aquí si se salen?
Se movía con un leve contoneo erótico mientras se acercaba lentamente a la cama señalando mi erección con un dedo.
– Eres raro, ¿sabes? Muy raro –me dijo, cuando por fin llegó a mi lado-. Más raro de lo que pienso que te crees.
– Siempre me comporto de forma rara después de que me extirpen el apéndice.
– ¿Siempre se te pone tan enorme después de que te extirpen el apéndice?
– Nunca falla.
Enorme. Había dicho enorme. ¿Lo era?
– No deberíamos, claro –susurró pícaramente mientras rodeaba mi polla con su mano-. Por una cosa así podrían expulsarnos a los dos de la universidad.
– ¡Entonces no lo hagas! –le susurré a mi vez, comprendiendo que, por supuesto, tenía razón, que eso es exactamente lo que sucedería: pillados y expulsados de la universidad, ella volvería humillada y avergonzada a Hunting Valley, y a mí me llamarían a filas y me matarían.
Pero no tuvo que detenerse, en realidad ni siquiera tuvo que empezar, porque yo ya había eyaculado en el aire y el semen se desparramó sobre la ropa de cama, mientras Olivia recitaba dulcemente: “Disparé una flecha al aire, / cayó a tierra, no supe dónde”, justo en el momento en que la enfermera entraba en la habitación para tomarme la temperatura.
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Editorial: Mondadori
Precio: 17,90
Págs.: 168
ISBN: 9788439721635
Alberto Arzua