…dígame ¿le interesan las fábulas?
– De niño, durante un par de meses, quise ser Esopo.
– Todos abandonamos grandes esperanzas por el camino.
– ¿Qué quería ser usted de niño, señor Corelli?
– Dios.
Su sonrisa de chacal borró la mía de un plumazo.
– Martín, las fábulas son posiblemente uno de los mecanismos literarios más interesantes que se han inventado. ¿Sabe lo que nos enseñan?
– ¿Lecciones morales?
– No. Nos enseñan que los seres humanos aprenden y absorben ideas y conceptos a través de narraciones, de historias, no de lecciones magistrales o de discursos teóricos. Eso mismo nos enseña cualquiera de los grandes textos religiosos. Todos ellos son relatos con personajes que deben enfrentarse a la vida y superar obstáculos. Figuras que se embarcan en un viaje de enriquecimiento espiritual a través de peripecias y revelaciones. Todos los libros sagrados son, ante todo, grandes historias cuyas tramas abordan los aspectos básicos de la naturaleza humana y los sitúan en un contexto moral y un marco de dogmas sobrenaturales determinados. He preferido que pasase usted una semana miserable leyendo tesis, discursos, opiniones comentarios para que se diese cuenta por sí mismo de que no hay nada que aprender de ellos porque de hecho no son más que ejercicios de buena o mala voluntad, normalmente fallidos, para intentar aprender a su vez. Se acabaron las conversaciones de cátedra. A partir de hoy quiero que empiece a leer los cuentos de los hermanos Grimm, las tragedias de Esquilo, el Ramayana o las leyendas celtas. Usted mismo. Quero que analice cómo funcionan esos textos, que destile su esencia y por qué provocan una reacción emocional. Quiero que aprenda la gramática, no la moraleja. Y quiero que dentro de dos o tres semanas me traiga ya usted algo propio, el principio de una historia. Quiero que me haga usted creer.
– Pensaba que éramos profesionales y no podíamos cometer el pecado de creer en nada.
Corelli sonrió, enseñando los dientes.
– Sólo se puede convertir a un pecador, nunca a un santo.
He elegido este cachito del libro, entre los muchos que podría haber destacado, quizá porque dice lo que siempre he pensado y nunca he sabido decir, con esa claridad de verbo de que hace gala Carlos Ruiz Zafón.