Curso sobre revoluciones

«-Sé que voy a darles un disgusto, hijitos, pero los sociólogos más serios opinan desde hace años, creo que junto con la banda de los psicólogos sociales, que la mayor revolución, La Grande, fue la Agricultura. Qué cosas. Lo cierto es que cambió la manera de vivir de todos y obligó al hombre a echar raí­ces, construir casas y crear imperios. Dejó mitos y costumbres imperecederas, como “La reina de mayo” en Inglaterra, las Hogueras de San Juan, el mito de la semilla traspasado al hombre: Morir y ser enterrado para renacer. Y hasta algunas canciones goliardas como “qué polvo lleva el camino, qué polvo la carretera, qué polvo lleva el molino, qué polvo la molinera”. Señores: el humano juega. Incluso en medio de una revolución. Y fí­jense: la agricultura no sólo dio de comer de un modo casi fijo, sino que generó el calendario y la astronomí­a, la ingenierí­a con sus canales, la arquitectura, pues ya no se viví­a en puras chozas y hasta ciertas religiones falsas que consistí­an en pillar a los agricultores los diezmos y las primicias. Un rudimento de Estado Voraz Moderno. Véase cómo los templos de Amón acabaron siendo los dueños de las tierras cultivables en el Imperio Nuevo. En metafí­sica no se pasaba de la trigonometrí­a, el trigo y la hortaliza. Espero no estar dando la sensación de entonar un cántico a la Agricultura porque no serí­a cierto: fue un paso más, el importante, para someter a normas la libertad del hombre, ese alegre vagar por el mundo sin más preocupación que la derivada del riesgo de ser comido por algo o alguien. Dí­gales, Porfirio, por qué largo siempre el discurso de la Agricultura, madre de Revoluciones…»
De «Introducción al Curso de Revoluciones Auténticas»

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