El alquimista impaciente (y otros) de Lorenzo Silva


-Yo le tengo mucho respeto a Bevilacqua, es una persona cabal, aunque a veces se va por los cerros de íšbeda y se le nota que es un poco filósofo, claro, por algo dejó psicologí­a para meterse en la Benemérita.
-¿Qué dices, Chamorro?
-Nada, mi sargento, que para ser picoleto eres un poco filósofo.
-Pues tú no eres precisamente la imagen tópica del guardiacivil.
-Ya. Serán las tetas.
-Bueno… tampoco hace falta que me mires así­.
-Le estaba explicando, aquí­ al paciente lector, tu vida y hazañas, así­ por encima.
-Pues no sé yo si soy tan filósofo.
-Venga, pues dilo tú mismo, joder, mi sargento.
-Pero no te enfades.
-No me enfado
-Nací­ en Uruguay, hace treinta y seis años y apenas conocí­ a mi padre. Vine a España de chico, con mi madre, y después de sufrir los desastres normales de la adolescencia gasté cinco años de mi vida en obtener una licenciatura en psicologí­a. Su comprobada inutilidad, unida a la angustia del paro, me indujo a ingresar en la Guardia Civil. De la década larga que llevo en el Cuerpo guardo el recuerdo más o menos ní­tido de un buen número de homicidios. Algunos tuvieron la complicación justa para poder resolverlos, que es por lo que me pagan; otros fueron demasiado simples o estaban demasiado embrollados y no fui capaz de sacar nada coherente de mis pesquisas. De todos ellos perdura en mí­, por encima de cualquier otro vestigio, una amarga conciencia de lo mucho que puede llegar a desear la gente avasallar a otra gente.  Esa es, de tanto experimentarla, la única certidumbre sobre la existencia que está a salvo de mi escepticismo.
-¿Y a mí­ no me nombras, mi sargento?
-Tú merecerí­as tus propios libros, Virginia.
-Va, que a mí­ no se me da lo literario.
-A lo que no termino de acostumbrarme es a ver a la guardia Chamorro, veinticinco años recién cumplidos y una visión idealista de la vida tratando con alguien acerca de los sórdidos pormenores de un crimen. Más bien me pasma la naturalidad con la que, esta mujer, que ya viene de familia de picoletos, puede convivir con el horror. Además ha tenido que soportar la desconfianza y el retintí­n de tantos hombres, uniformados o no, que ha hecho de la tarea de desacreditar las reticencias masculinas una especie de cruzada personal e intransferible.
-Vaya, ahora soy reticente.
-Eso es, estatura alta, bien formada, cabello castaño, de aspecto agraciado… y reticente. Esa eres tú, Chamorro.
-Con descripciones así­ no se asciende, mi sargento, ni te darán el Planeta, como al autor del libro.
-Al autor del libro no le caemos bien, le gustan más sus otros libros, los «serios», que no son novelas de guardias y malos.
-Con todos los respetos, mi sargento, que se joda.

Literatura de la buena, o sea: novela policial. De amena lectura, entretenido, con una gran dosis de intriga bien llevada, el autor, Lorenzo Silva, acaba de pulir lo que puede ser una pareja de policí­as que hagan historia en la novela española. La pareja de la Guardia Civil, esta vez integrada por un sargento rebotado de la carrera de psicologí­a, y una caba de familia de picoletos de toda la vida, se te convierten en cuatro páginas en un par de amigos entrañables con quienes te familiarizas enseguida. La novela trata de gente normal, con la que te cruzas a diario, y de algunos que sobresalen de entre la masa, pero que tampoco te son ajenos. Y la trama, qué bien llevada, con qué talento y sencillez, sin hechos jolivudianos, pero con golpes que te sorprenden (que al fin y al cabo de eso va la cosa de intriga) y que a la vez, encuentras lógicos. Lo que más me gusta de las novelas policiacas es que no haya nada traí­do por los pelos. Y en esta está todo bien razonado. Es la segunda novela de los personajes, el sargento Bevilaqua y la caba Chamorro, la primera se titula «La niebla y la doncella», y la tercera «El lejano paí­s de los estanques». Hay una cuarta con cuatro cuentos (Nadie vale más que otro), y espero que Silva se dé a escribir más de lo mismo. Por cierto, su narrativa, impecable, de esa que estás leyendo, y que te divierte, y de repente tienes que parar un momentito, porque entre los fideos y los viajes en auto, y el malo y la chica, te mete uno de esos pensamientos profundos que te reconcilian con la novela de polis.
Visita la web del autor del libro: Lorenzo Silva

Oz

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