Me enfrasqué en la lectura de una obra de 1300 páginas del escritor norteamericano Thomas Pynchon y, agobiado en un texto de historias paralelas, personajes y escenas estrambóticas que se interfieren erráticamente, me vi necesitado de alternar dicha lectura con alguna obra que tuviese un clímax totalmente opuesto. No sé porqué elegí una obra de Henry James, ya leída en otra ocasión: «Retrato de una dama» y fue como pasar del fuego al hielo, y no porque esta segunda fuera fría, sino por el tremendo contraste, que logró el milagro de poder sobrellevar la primera: «Contraluz», del autor citado y al mismo tiempo respirar el aire fresco de la segunda novela. Esta composición en cuatro imágenes, ilustra el hecho de recomendar la lectura de dos obras totalmente divergentes, a mi juicio, y no tienen que ser estas dos necesariamente. Cualquier contraste puede ser sugerente y fascinante, en el caso de que un lector sea demasiado seducido o absorbido por una de ellas. En el terreno de las artes plásticas sería, por poner un ejemplo, como saltar de la pintura de Velázquez a la de Francis Bacon o de los bodegones de Braque a los de Luis Meléndez. Lo que recomendaría es, pues, no necesariamente estas dos novelas citadas, sino esa experiencia de alternar la lectura de dos argumentos, tramas y técnicas descriptivas contrapuestas. Pero ya puestos..¿por qué no?. Me sedujo de la primera (Retrato de una dama) sus inteligentes y suspicaces diálogos, con esa ironía inglesa, y sobre todo la profunda descripción de la psicología íntima de la Dama en cuestión, una mujer libre que incluso antepone al amor sus convicciones culturales y sociales. La obra de Thomas Pynchon me aburrió y divirtió a rabiar a la vez, en una maraña de historias paralelas de ficción, algunas con un tono algo kitsch, cuestionando o tergiversando el curso recurrente de la historia convencional, como un cocktail de reflexiones sesudas y diálogos de hermanos Marx
Miguel Sánchez
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