Alberto Arzua es un pintor impresionista de cuentos, si te acercas al cuento ves brochazos gordos de colores chillones, pero luego la impresión de conjunto es casi costumbrista, detallada y familiar.
El feminismo lo inventó Luc Tonton Feminois (pronunciado feminuá) el día en que se cansó de la pesada de su mujer y le dijo:
– ¡Te abandono! ¡Prepárame la maleta!
Arzua es ante todo un observador-traductor. Ve lo que pasa, lo que piensa la gente, y lo pone para que tú lo entiendas. Porque es que cada cual tiene su propio lenguaje de pensar. Luego nos comunicamos en uno común (común… comun-icar), pero pensamos todos a nuestra bola, y él utiliza una especie de traducción instantánea pensamiento-cuento. O sea: ve una escena real, de la que tú puedes no entender nada o no hacer caso porque no te importa un pito, pero te la pone en una parábola y entonces sí, entonces a) te entretienes y b) te enteras de lo que te pasaba desapercibido.
Dos guionistas de televisión charlan en una cafetería.
– ¿Te pasó algo ayer?
– No. ¿A ti?
– Tampoco
– ¿Y qué ponemos?
A veces se va mucho por los cerros de Úbeda, pero mucho, eh.
Una gota le dice a otra.
– ¡Hostia, qué gustito!
– ¿Has notado el viento de Levante?
– ¡Como para no!
– ¿Nos juntamos o qué?
– ¿Antes de llegar?
– Porque luego seremos muchas
– Vamos a chocar contra la piedra
– O contra la barandilla
– O contra las hojas
– O contra la mierda
– Algunas nos desharemos
– Nos desharemos todas
…/…
– Qué bien se está lloviendo
– Ojalá no acabara nunca
Entonces es cuando el cuento se nos hace más cercano, más íntimo. Fíjate. Yo a este hombre lo recomiendo mucho, me divierte y de paso, como quien no quiere la cosa (pero la quiere) te suelta una observación que te hace decir ¡hostia! y aprendes algo. Todo por el mismo precio.
Se le lee aquí.