Comienzo confesando que si la literatura fantástica de corte épico-mítico tiene su principal espada en Tolkien y El Señor de los Anillos, no me gusta nada la susodicha literatura. Me parece maniquea, infantil, pomposa, predecible y aburrida. Ahí es nada. Y las películas peor, por cierto, que transmiten tanta emoción e imaginación como la que se le supondría al encargado de vestuario de una película sobre la guerra civil española. Un técnico no se convierte en artista aunque haga fotos “bonitas”. Y el verdadero cine no es eso. Y la literatura tampoco.
Sin embargo los libros que traigo aquí a colación elevan la literatura fantástica a la categoría de sublime. Se trata de cuatro novelas de más de mil páginas cada una cuya enorme calidad consigue que el concepto de entretenimiento alcance sus cotas más altas. Porque son entretenidas hasta decir basta. Comenta Alex de la Iglesia en el prólogo a la cuarta que la técnica de escritura tiene mucho que ver con el estilo de las nuevas series de televisión (las excelentes: Los Soprano, The Wire, A dos metros bajo tierra…): historias engarzadas con un ritmo tal que crean adicción. Estoy de acuerdo con él, pero es que estos libros son mucho más que unas ágiles y divertidas aventuras. Son tantas las virtudes de esta magna obra de George R.R. Martin, que me apresuro a resumirlas.
La característica más reseñable desde mi punto de vista radica en su apabullante facilidad para crear argumentos. ¡Y qué argumentos! Se mezclan, se estiran, se encogen, se retuercen, se pierden, se vuelven a encontrar… Argumentos pequeñitos, argumentos largos, argumentos que empiezan como una chispita y que acaban explotando cuando menos te lo esperas… ¡Un maremágnum de argumentos en los que no te pierdes nunca! Son tantos y tan pegajosos los argumentos que acaban formando parte de tu vida. Cuidado con lo que le dices al conductor de autobús, que él no tiene la culpa de nada de lo que pasa en el libro. En principio.
Otra gozosa peculiaridad de estos libros se encuentra en la elección de los nombres propios, tanto de los lugares como de cosas y personas. Son de una belleza excepcional, este hombre es el gran poeta de los nombres propios. Y no cito ninguno porque cada uno tendrá sus favoritos. Desde aquí lanzo la idea de una colecta popular para erigir un monumento al traductor. Y además es que los nombres suenan a lo que representan, como dicen que hace la lengua primigenia, aquella mediante la cual la oportuna mención de un caballo lo hace aparecer de la nada.
La sucesión de capítulos también está magníficamente estructurada. Cada capítulo lleva el nombre de su protagonista, de modo que hay muchos capítulos con igual título. Al principio te sorprende, pero acabas valorando la idea como excelente pues lo que se consigue es disfrutar con antelación de lo que vas a leer. Efectivamente, acabas un capítulo y lees como encabezado del siguiente el nombre de otro protagonista… ¡Estupendo, justo del que me apetecía seguir leyendo!
Los personajes son variados y complejos. Ninguno es malo o bueno del todo. Ninguno es intocable. Se van creando ante tus ojos. Y cuidado, que se puede morir el que menos te lo esperas. Como en la vida misma. Te sorprenderás enamorándote de más de uno a la vez.
Imaginación para inventar recursos mágicos (objetos, costumbres, razas, animales…) le sobra. Y no cansa. Por cierto que en este mundo inventado la magia parece que esté volviendo a adueñarse del mundo, muy poco a poco, detalle a detalle, mientras que en El Señor de los Anillos la magia andaba de capa caída. Y esas apariciones mágicas (míticas, absurdas, irracionales…) están tan bien traídas y descritas que te las crees: son evidentes y ciertas en lo que estás leyendo. Nada es falso, no hay engaño, lo que sucede está pasando ante tus ojos, ese mundo fantástico es real. Pan, ya lo ha conseguido, te has metido en un lugar del que no tenías previamente ni idea, sufres y disfrutas con los personajes, te sorprendes, te asustas, te abrumas, te indignas… ansías leer la continuación. Gozas. Te han atrapado, pero estás lejos de sentirte idiota. Como ante la contemplación o audición de cualquier obra de arte.
También disfruta el hombre con la descripción de ropajes, símbolos y escudos. Pasa su tiempo detallando los colores y las formas de vestiduras y banderas. Esto para mí es algo nuevo, me ha costado entrar. Creo que tiene relación con la cultura del cómic y del cine. A la gente le gusta ver lo que lee, descansar o excitar la vista en los coloridos. Poco a poco ya he ido comprendiendo la idea. Me detenía ante cada descripción pictórica e intentaba imaginarla, sin prisas, despacio, hasta que… ¡Magníficos efectos! ¡Fuegos artificiales! Cada escena gana en profundidad e intención. Es como si estuvieras oliendo la sucia barba de un personaje a pesar de que lo que se describe sean sus anillos y collares. Delicioso.
Hay crueldad, por supuesto, como corresponde a la fantasía histórica (se supone que la trama general está muy remotamente basada en ciertos aspectos de la historia de Inglaterra: el muro de Adriano, la guerra de las rosas…), hay más sexo que amor (sexo del de verdad), hay batallas que nunca aburren, duelos divertidos, peleas inimaginables, traiciones a porrillo, lealtades a machamartillo, dioses de todos los colores, monstruos ignotos que acaban siendo conocidos, dragones que… vale, vale, no sigo. Un saludo a quien ha conseguido que yo me crea lo de los dragones.
Hay tantas cosas que lo mejor es descubrirlas por uno mismo. Esta obra es tan inabarcable que cada cual se acaba haciendo su propio mapa mental (los físicos se pueden consultar en Internet y tiendas especializadas, porque este escritor y la obra que aquí comento gozan de una fama hipermítica, que se diría ahora). Ustedes disfrutarán de aspectos distintos a los aquí mencionados, seguro. Pero lo más seguro es que disfrutarán.
La película en preparación: