Este es un libro para leer en verano. De hecho yo me lo leo casi todos los veranos. Es un libro de verano y de Mediterráneo, pero también te lo puedes leer en invierno y en el Mar del Norte. Es un libro del que no voy a hablar mucho porque casi me lo sé de memoria y porque para qué decir nada pudiendo citarlo. Tan sólo un par de apuntes.
Recrea los momentos finales del Nuevo Testamento, ya saben, cosas de la vida de Jesús, cómo le prenden y le matan y todo eso. Pero lo que sucede no tiene casi ninguna importancia, porque se da por sabido. El puntazo está en la manera de contarlo, que es insuperable. IN SU PE RA BLE. Puro zumo poético, rítmico y plácido que te envuelve y te explica sensitivamente las cosas mucho mejor que mil fotografías. Adoro este libro, por si nadie se había dado cuenta. Les voy a regalar con unas cuantas citas, ale (valórese el esfuerzo que hago por no citar el libro entero). Hoy va la primera parte.
Describiendo a un joven sanote.
Regocijábase en su hacienda y entendía hasta del gobierno de las yuntas y de escoger el pasto de más frescura y crasitud para sus ganados, y avisaba prudentemente al mayordomo. Nunca secó sus huesos en los lupanares ni atendió las supercherías de la cortesana, huyendo de sus dejos, amargos como el ajenjo y agudos como la espada de dos filos.
Palabra de Dios
Y habló Jesús en su dialecto arameo, con una sonoridad cálida, de arranques y blandezas provincianas, que se insinuaba, que parecía tener la fuerza de los ojos que miran muy de cerca.
A los sumos sacerdotes no les gustan los vagos.
El prefecto del Templo había aplicado la llama de su antorcha al custodio de la leñera que fue hallado dormido.
Sosegóse el sumo sacerdote; prosiguieron los ancianos las recitaciones del Éxodo, del Levítico y de los Números; y fuera, el hombre que ardía bramaba, golpeándose contra los cornijales del altar, y se precipitó enloquecido en el baño de bronce.
El gusto por las palabr(ot)as.
Y fuera de los muros, junto a las puertas, los ganaderos aúllan sus injurias entre el balar fatigoso de las ferias de ovejas y cabrones…
El Efecto de los machos en las mujeres encerradas.
Los campos de Samaria se truecan en jardines de aquella humanidad fastuosa y placentera. Y las samaritanas palpitan contemplándola; y vuelven a la sencillez patriarcal de sus hogares pálidas y tristes. Se ha cerrado de nuevo el silencio que abrió, como la faz de un lago, la proa de oro de la galanía. Y queda para ellas un aroma de felicidad que ya se aparta, como si la hubiese dejado un hombre hermoso.
El carácter galileo, moldeado por el paisaje.
Toda la Galilea está gozosa de pueblos tan juntos que se oyen uno a otro, y todos se cogen como de los brazos de sus veredas y de la cintura de sus huertas. El alma y la mano del galileo se abren pronto a la confianza y a la largueza. Allí la viuda queda amparada en el hogar del esposo muerto.
La tortura, humana debilidad.
Más algún decreto de muerte había de cumplirse para que no fuesen enteramente menoscabados los libros mosaicos, y no careciese la Pascua de uno de los más gustosos regodeos de los hombres.
El miedo a la masa.
Y aún temió Annás. El Rábbi no era el Cristo; pero por escondidas fuerzas de magia podía realizar un prodigio o decir una palabra, y tener un gesto gallardo y audaz que removiese de su silencio y quietud de grey a la muchedumbre, dócil para recibir todo fermento de rebelión.
Alegrías pecadoras.
Una bandada de siervas quitó rápidamente la escombra de las orgías.
(…) Avanzó el centurión.
Pero Herodes resbalóse del sitial para asomarse a los tapices.
A través de los aposentos próximos venía un rebullicio femenino. Y vio a Herodías desnuda, gozosa, infantil, atravesando estancias, derribando trípodes, saltando sobre escabeles y braserillos; y sus esclavas la seguían, tendiendo los cobertores que ella apartaba en su carrera.
Pilatos se enfada con la plebe.
Y Poncio se arrebata; surge encima de un friso de desnudos; su brazo hiende el azul; y el huracán de la legión siriana se precipita, chafa y desgarra la multitud, que solloza por el oprobio de sus piedras venerables, y tiende impávida su cuello a la cuchilla. El primer centurión avanza hundiéndose y amoratándose en el lagar humano; saltan dedos, pechos y frentes al tajo de su espada goteante; tiemblan en su casco jirones de sudarios, de sayales, de cíngulos, de cabelleras con piel que aún sangra…
(…) Y apartóse goteando de sangre los senderos. Sobre los hombros de los fuertes se iban pudriendo los hermanos heridos. El aire crepitaba de salmos…
Chismes de Claudia, la mujer de Poncio Pilato.
No tiene medidas el poder de Claudia. Tampoco ella las tuvo para sus gracias y travesuras como pececillo del aquárium de César. Porque fue del cortejo de delicias, niños-peces que se bañaban con el Emperador, deslizándose entre sus muslos, mordiendo sus pechos blancos y afeitados como los de una cortesana, mientras seis vírgenes presentaban el cuadro lúbrico de Parrhasio.
Un inciso. He buscado el significado de “cuadro lúbrico de Parrhasio” y lo que encontrado ha sido una historia de la disputa entre dos pintores, Zeuxis y Parrhasio, por ver cuál de ellos era el mejor. Zeuxis pinta unas uvas de un modo tan realista que los pájaros se lanzan a picotearlas. Parrhasio, como respuesta, reta a Zeuxis a que descorra la cortina de lo que él ha pintado, si se atreve. Al ir a hacerlo, Zeuxis se percata de que la cortina era en sí la pintura y, por tanto, se declara vencido. Es decir que de esta historia no se deduce nada lúbrico del cuadro de Parrhasio. Conclusión, Miró era un cachondo. Literal.
Sigamos con las distracciones de José de Arimatea.
Josef leía entre sus naranjos y rosales. A veces dejaba el estudio de la Thora o de los papiros de Alejandría por remediar de su violencia una rama doblada, por ver la obra de su sepulcro, que iban cavando sus fellaths en una peña roja como un pecho en carne viva.
El César Tiberio escribe advertencias a Pilatos.
Retorcióse Pilato de temor y odio.
Tiberio no le tocaba en sus avisos; parecía aconsejar con anchura doctrinaria. Pero nunca sus escritos exigieron ni castigaron con exactos contornos; y al leerlos, siempre se sentía la mordedura de una escondida ponzoña y la proyección de una oscuridad de desgracia…
Uno de los amiguetes romanos de Pilatos.
Y Celio. Curioso de todo origen de experiencia de sensibilidad. El tacto de un suave tejido, el goce de un perfume nuevo, de un sabor aún no catado, producíanle un placer que le demacraba rápidamente. Supo la invitación de Poncio en el segundo día de haberse abandonado a morir de hambre. Ocurriósele el suicidio sin apetecerlo. No fue suya la voluntad de la muerte. Sintió que se le posaba como una avecita ligera que descansa en una rama, sin doblarla. (…) Y la carta de Poncio le oxeó de pronto su designio de suicida… Le llamaba un amigo desde lugares vírgenes para sus ojos… Y se incorporó como si mirara un vuelo que se le fuera apartando. Después dijo: “¡Quizá vuelva algún día!”. Y aparejó sus galas.
El jueves que viene, más.