No sean ustedes como yo y hagan el favor de leer estos dos libros en el orden correcto. Primero hay que leer el primero y después el segundo. Parece evidente, ¿verdad? Pues no, porque cuando uno pilla un libro al cuasi-azar y se niega por principio a leer la contraportada debido a que no soporta que le destripen el argumento, pues pasa lo que pasa.
Pero perdonen un momento, que veo que algunos de ustedes se han quedado atónitos con eso de que “uno pilla un libro”. No señores, no quiere decir que me dedique a robar libros (aquellos tiempos pasaron hace muchos decenios, mea culpa), sino que los tomo (evito el verbo “coger” por evidentes razones polisémicas) de la estantería con mis propias manos y me largo sin pagar. ¿Cómo es eso? ¡Ladrón! ¡Malandrín! Calma, calma, que antes de salir me detengo para que el bibliotecario practique sus oportunas anotaciones.
¡Porque yo pillo los libros de la biblioteca! ¡Vivan las bibliotecas! ¡Y el que no tenga biblioteca, que se chingue! O que los pida prestados. O que los baje por Internet. O que haga lo que quiera, que ya vale de tanto circunloquio.
A lo que íbamos, he aquí dos novelas que han de leerse en orden. En primer lugar El club de los canallas, publicada en 2001 y que trata de un grupito de jóvenes de instituto allá en la Inglaterra de los años 70, y en segundo lugar El círculo cerrado, de 2004, donde prosigue con la vida de los mismos personajes a finales de los 90.
No tengo mucho más que decir de estos dos libros excepto que su autor, en mi humilde opinión, se encuentra a la altura del maestro Updike. Vamos, que si alguien le hace un altar, yo me apunto a su religión. Y eso que soy ateo.
Estoy tan entusiasmado por haber descubierto a un nuevo genio de la literatura contemporánea que me he quedado (casi) sin palabras. Sólo les diré que he disfrutado como un verdadero cerdo canceroso con la lectura de estas novelas, aunque lo haya hecho al revés. Son maravillosas, son extraordinarias, son excelentes, son increíbles, son pluscuamperfectas, son la releche… Por cierto, que no es un hombre de frases redondas (aunque también), es un hombre de libros esféricos. O estratosféricos, como se quiera ver.
Sí, a lo mejor mi entusiasmo tiene algo que ver con el que Jonathan Coe sea más o menos de mi quinta y que la realidad que tan magistralmente refleja haya sido también la mía. Pero más allá de recrear un mundo que ha existido y que existe, este monstruo de la literatura te asalta con una magia, una elegancia, una comicidad y una alegría que te deja literalmente patidifuso. ¡Que me vengan a mí después de esto con que la novela clásica ha muerto! ¡Y una mierda! Aquí hay auténticos personajes, conflicto, desarrollo, evolución, circunstancias, relaciones imbricadas, sorpresas… Aquí hay de todo para pasárselo bien. ¡Viva la literatura askatuta! ¡Gora Coe! ¡Gora!