Figuras de la Pasión del Señor / Gabriel Miró (2)

Segunda y última parte de cachitos extraidos de esta magnífica obra de arte. Disfruten ustedes.

Observando un cocodrilo sagrado.

Las aguas rebramaron. Lejos, en un remanso, comenzaron a palpitar, rajándose sus costras verdes. Se oía un profundo crujir. De súbito se descuajó un trozo de la laguna; estalló sangre, cieno y un hedor de moho y carne manida. Fue asomando lerdamente una coraza viscosa, nauseabunda, de cartílagos vidriados que soltaban pringues y cuajadas almizcleñas. Y cerróse el agua con un hervor de burbujas enrojecidas.

Claudia, la de Pilato, describe la mirada de Jesús.

¡Dejan sus ojos un pesar que va resbalando con la blandura de un ungüento precioso, y queda nuestra vida tan delgada que parece que vuele encima de sí misma, como un ave cerniéndose sobre su nido!

Poncio se viste de exquisitas sonoridades.

Poncio sonreía, y decidióse. Trocó la levísima suela por el calceus patricio, múleo de cuero escarlata y bridas negras que se cruzan y abrochan en el tobillo con una media luna de marfil; se vistió la túnica íntima y corta de hilo de Egipto; encima, la laticlavia, y colgóse sobre los hombros, dejando libre el brazo diestro, la toga pretexta, blanca, franjada de púrpura, de gordos pliegues y caída ampulosa; enjoyó sus muñecas, tomó su insignia, y bajo el dintel del sicómoro esculpido, recibió el salve de sus invitados.

Y se presenta ante el pueblo.

Cruzó Poncio el inmenso patio. Un aire tibio le abría un ala blanca de su toga. Su jabalina de marfil señaló hacia la gran arcada; y ocho númidas hercúleos, de piel callosa de elefante, pasaron los horcones por las argollas del púlpito, arrastrándolo a los portales. Avanzó el centurión con una escuadra de caballería. Gritó la muchedumbre.

El pueblo insulta a Jesús.

Estalló el enojo de la multitud con un clamor de injurias, injurias rebañadas de los muladares de la lengua, con el goce de lo hediondo que siempre habita en las entrañas de la plebe y engendra el aborrecimiento, sin fijarse en el aborrecido, y se desea ciegamente el mal.

(…) y ya todos rugían la maldición con un ahínco que les rasgaba las bocas y les inflaba las fauces como gañiles de perro.

Simón de Cirene cuenta un episodio sucedido en sus tierras cuando “un viejo giboso y desnudo” chupaba las ubres de las camellas “y después se iba, volcándose, beodo del hartazgo”. Aquello no podía ser y decidieron ponerle fin.

Amenazónos el amo con la tortura; cobramos ímpetu, y una tarde caímos sobre el viejo, arrojándole piedras y escombros. Un canto le quebró los hinojos. Los alaridos del lisiado sacaron de la muralla a la gente. Y todos se holgaban apedreándole, y decían:

“¡Es vampiro, vampiro de la enjundia de las hembras”!

Y el viejo bramó: “¡La sed os seque las entrañas y os pesen más que estos guijarros, porque matáis al dios de vuestra agua!”

Muchos se asustaron; pero el rabadán de nosotros gritó:

“!Rematadle, que ya se hiende y sangra por todo el cuerpo! Rematadle aunque sea dios, que alguna vez habíamos de poder nosotros”.

Vendiendo el vino de misericordia.

Un árabe hercúleo, de muslos de oso, con una camisa azul y una hoz rota atada a su frente como un asta, vendía en una cántara bermeja vino de misericordia, el mesek, vino con granos de mirra, que aturde a los reos. Por un óbolo, la gente regocijada podía catar el último sabor que queda en la lengua del crucificado.

Le llamó una moza, vestida de un oleaje de colores; y desde un portal le avisaban:

¡Engaño, engaño, porque la libra de mirra vale más de veinte denarios!

Y el árabe rugió:

¡No beberíais lo que cabe en el cuenco de las dos manos sin desfallecer!

Le cayó entre los ojos una plasta de estiércol.

¡Raka! ¡Pones amargo tu vino con aguas de asno!

Los judíos, las esposas y la sal.

(…) y se dividen sus pareceres comentando un repudio, porque los partidarios de la doctrina de Schammai sólo lo aprueban si la mujer cometió adulterio y consienten el divorcio para que le varón busque prole en esposa fecunda; más los que siguen la escuela de Hillel lo tienen por justo, siquiera se funde en servir al esposo un manjar desaborido.

Las mujeres también quieren ver el espectáculo desde sus casas.

Y dentro, las mujeres encerradas, ansiosas en la penumbra y sofocación de los aposentillos, que huelen fuertemente a ropas almizcladas, a humo de braseros, a hierbas de virtud, a cedro del tálamo y de los arcaces, a miel de cofines de frutas… La voz, la risa del arroyo las empuja a la herida de luz de las rejas avaras. Imaginan peligros; suspiran, se besan, se oprimen, disputan, resplandecen las almendras de sus ojos, vibran sus cuerpos enjoyados. Y cuando la audacia de una frente o de una mano abre la estera de juncos de la celosía estalla el susto y el enojo de todas, mezclados con el regocijo de mirar.

Acabemos con una pequeña pulla al Dios de hombres y abejas.

Josef sonrió del afán de las abejas, afán sin angustias, afán que participaba del corpezuelo de estas criaturas como sus alas, sus palpos, su vello sudoroso… ¡Cómo debieron vibrar los dedos del Criador cuando hiciesen el germen de la abeja!… Y la mano divina, después que tocó en los orígenes de las cosas los sufrimientos de la creación, hizo al hombre… En todos los seres era posible lo que apetecieran para su bien. Y el más grande bien de los hombres: vivir, vivir sin dolor, no se hallaba en su voluntad.

Alberto Arzua

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Una respuesta en “Figuras de la Pasión del Señor / Gabriel Miró (2)

  1. aurelia barron dijo:

    Es la primera vez, que me han recomendado este libro del enor, Gabriel Miro, y me ha encantado lo que he leido. Entre ello, figuras de la pasion del senor.
    Gracias

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