Atención, mucha atención, porque estamos hablando de un escritor vasco que escribe en vasco, que es joven, y a quien han otorgado premios de muchísima enjundia, entre ellos el Premio Nacional de Narrativa 2009, precisamente por la obra que aquí comentamos. O sea que cuidadito con lo que se dice.
Varias personas (dos o tres, no hay por qué exagerar) me hablaron bien de este libro, pero siempre recalcando un cierto distanciamiento. Vaya, está bien, se deja leer, es agradable, no pasa nada pero es curioso, yo creo que merece la pena, original sí que es, yo no le habría dado tanto premio pero… No sé si a ustedes les sucede, pero opinando respecto a libros (o películas o cuadros o cualquier otra manifestación artística) es difícil encontrar tanta unanimidad. Lo normal es que a unos les guste y a otros no. ¿A ustedes no les pasa? Me refiero a lo de las opiniones muy encontradas. ¿No? Bueno, no importa, será que mis amistades son de lo más variadas.
Lo recomiendo. Digo lo de las amistades, no el libro. Aunque también.
Se dice de esta novela que en realidad no es una novela… y sin embargo yo les aseguro que no es una novela. También se dice que no es una autobiografía… y me atrevo a afirmar que tampoco es una autobiografía. Se trata de un conjunto de sucedidos familiares hábilmente engarzados que se dejan leer con facilidad y sin desmayo excepto cuando el autor se pone estupendo y nos describe asuntos increíblemente pedestres y que no interesan lo más mínimo porque no aportan absolutamente nada, ni siquiera la desazón del desinterés.
Digámoslo de una vez. Muchas historias de las que cuenta Kirmen no tienen la más mínima gracia, pero parece que existe una tendencia literaria hacia el minimalismo que hace que uno pueda reflejar tranquilamente las instrucciones de una azafata de vuelo y quedarse tan pancho, pensando que ha escrito algo verdaderamente magnífico por costumbrista y rompedor. Pues no señor, las instrucciones de una azafata de vuelo o el menú de un Mac Donalds pueden tener chispa dentro de un contexto, no dentro de una sucesión de acontecimientos sositos. He dicho sositos, que quede claro.
Por otra parte algunas de las mini historias que narra Kirmen son verdaderamente sensibles y estupendas. No muchas, tres o cuatro. El inicio está muy bien montado. La reflexión sobre las mentiras de la memoria es interesante, y los ejemplos muy bien traídos. Merece la pena leerse el libro por estos hallazgos que comento. Lo digo en serio. Además son 200 páginas de nada que se leen en un voleo.
Acabemos con otra de cal y otra de arena. Primero la de arena, para que quede buen sabor de boca. No me gusta nada que Kirmen se pase el libro hablando del libro que está escribiendo y que es precisamente éste que estamos leyendo. En otras novelas no me molesta tanto que un autor hable de su propia obra pero en este caso, como el libro es tan frío en sí, pues…
Y va la de cal. Te lo pasas bastante bien cuando te cuenta cosas de dos artistas vascos muy conocidos, el arquitecto Bastida y el pintor Arteta, cuya amistad viene a constituir el leit motiv de esta obra.
Resumiendo, yo le pediría al autor más mentiruscos y menos datos. Sólo me reconciliaría con esta obra si acabara averiguando que todo es mentira (lo de su familia, los de sus viajes en avión, lo de la bomba…). Ea. Se ve que el hombre babea con su familia de marinos, pero lo importante es hacernos babear a los demás. Y yo no tengo la pechera manchada, porras. ¡Kirmen, quiero babear! Tenlo en cuenta para la próxima.
Acabo pidiendo perdón por mis pecados y recomendando a ustedes que se lean esta cosa. Seguro que les gusta. A todo el mundo le gusta. Sin exagerar.