El final del desfile / Ford Madox Ford

     Este es un libro difícil de leer, sobre todo por el modo en que el autor, de formación profundamente clásica, maneja los recursos literarios. Utiliza las elipsis con profusión, los cambios de tiempo, de orden, los pensamientos mezclados con los sucesos… de manera tal que hay que estar muy atento para seguir la trama.
     
     Y no es que sucedan muchas cosas sino que se describen con gran detalle introspectivo a la vez que desde una distancia muy inglesa. La mezcla llega a hacer daño: sufrimos con las incomprensiones, las maldades humanas, los prejuicios, viendo cómo en cualquier momento todo se puede ir al garete y nadie va a mover un dedo.
     
     El personaje principal es un hallazgo: el último conservador. Se trata de un joven con una inteligencia privilegiada que se mueve en los ambientes de la alta sociedad y de la política en la Inglaterra de principios de siglo. Y se mueve con un espíritu radicalmente victoriano. Por ejemplo, a pesar de que su mujer se dedica a hacerle la vida imposible de mil y una maneras, a cada cual más rastrera, él es incapaz de hablar mal de ella delante de terceras personas. Es así el chico. Y así le va la vida. Le mandan a la guerra. Sale algo tocado… Y en la última novela (este libro está compuesto de cuatro novelas) se produce el tan ansiado descanso, narrado por una especie de tetrapléjico. Muy original pero muy efectivo. El lector descansa y sonríe.
     
     Repito: la literatura es exquisita pero difícil. No es un best seller a pesar de que lo anuncien como “la mejor novela que jamás se ha escrito sobre la Primera Guerra Mundial”… “una de las obras maestras de la literatura del siglo XX”…
     
     Lo que opina el protagonista de sus congéneres:
     
     << Y Tietjens, que era incapaz de odiar a nadie, al ver a aquel tipo simpático y sencillo con aspecto de colegial, se preguntó por qué la humanidad, que resultaba casi agradable descompuesta en unidades, era, como masas, un fenómeno tan odioso. Si se cogían doce hombres, ninguno de ellos detestable ni carente de interés, porque cada uno de ellos tenía detalles técnicos que aportar sobre su especialidad, y se formaba con ellos un club o gobierno, en el acto, las opresiones, las inexactitudes, el cotilleo, las venganzas, las mentiras, las corrupciones y las vilezas, los convertían en esa combinación de un lobo, un tigre, una comadreja y un mono cubierto de piojos que era la sociedad humana. >>
     
     << Se ha dicho que la peculiar costumbre de reprimir las emociones coloca a los ingleses en desventaja en los momentos de gran presión inesperada. En las cuestiones menos importantes del curso general de la vida se comportarán de modo impecable sin inmutarse por nada, pero ante la súbita confrontación con cualquier cosa que no sea un peligro físico es fácil –de hecho, es casi seguro- que se vengan abajo. >>
     
     << …Tietjens, deliberada e intencionadamente, había optado por un modo de comportarse que consideraba el mejor del mundo en condiciones normales. Si uno hablase todos los días con voz aguda y la lógica y la lucidez de los franceses; si gritara para reafirmarse, son el sombrero sobre el estómago, inclinándose con la espalda muy recta y, por implicación, amenazara todo el día con pegarle un tiro a su interlocutor, como hacen los prusianos; si fuese tan lacrimosamente emocional como los italianos, o tan seca y epigramáticamente imbécil sobre cuestiones triviales como los americanos, tendríamos una sociedad ruidosa, molesta e inconsciente que carecería de la calma superficial que debería presidir la atmósfera de los hombres cuando se reúnen. >>
     
     
     Describiendo la niebla (sin mencionarla):
     
     << Tras saltar del alto estribo del dog-cart la chica desapareció por completo en la nube plateada: llevaba un casquete oscuro de piel de nutria que debería haber sido visible. Pero desapareció de un modo más completo que si hubiera caído en aguas profundas, en la nieve…, o a través de papel de seda. ¡De manera más súbita, en todo caso! En la oscuridad, o en aguas profundas, habría dejado una fugaz lividez; en la nieve o en una hoja de papel un agujero. Aquí no había quedado nada. >>
     
     Culturizándonos:
     
     << Sabía que es tan difícil para un hombre rico ir al cielo como para un camello pasar por una puerta de Jerusalén llamada el Ojo de la Aguja. >>
     
     Caminando:
     
     << Las sórdidas casas alineadas parecían volar a su lado bajo la mezquina luz de agosto. Cuando se piensa demasiado, el tiempo se acelera y apenas se ha fijado uno en la papelería de una calle cuando llega a las cajas de cebollas de la tienda que hay en la esquina siguiente. >>
     
 
(el autor a la izquierda, junto con James Joyce y Ezra Pound)
 
     Los soldados y los políticos:
     
     << Un intenso desánimo, una confusión interminable, una locura inagotable, vilezas sin cuento. Todos esos hombres entregados a manos de los intrigantes más cínicos y despreocupados que pululan por los largos pasillos donde se urden las tramas que surcan el corazón del mundo. Todos esos hombres eran meros juguetes y sus agonías meras ocasiones para poner una frase ocurrente en los discursos de unos políticos sin corazón. Cientos de miles de hombres arrojados aquí y allá en ese sórdido, gigantesco y parduzco barrizal invernal…, por Dios, exactamente igual que si fuesen nueces recogidas y arrojadas por las urracas por encima del hombro… Pero eran hombres. No sólo poblaciones. Hombres por los que uno se preocupaba. Cada uno con una columna vertebral, rodillas, pantalones, tirantes, un rifle, un hogar, pasiones, fornicaciones, borracheras, amigos, alguna concepción del mundo, callos, enfermedades heredadas, una verdulería, una lechería, una papelería, mocosos, una furcia por mujer… >>
     
     Un poquito de ron en plena guerra:
     
     << Luego el ordenanza te traía una taza de té con un poco –muy poco- de ron, y, en tres o cuatro minutos, el mundo entero cambiaba ante tus ojos: las barreras de alambre de espino se trasformaban en protecciones muy eficientes ideadas por ti por las que podías dar gracias a Dios; las ruedas rotas se convertían en óptimos puntos de referencia para hacer incursiones nocturnas en la tierra de nadie. Llegabas a decirte que cuando mandaste reconstruir el parapeto, después de que se viniera abajo la última vez, la compañía hizo un buen trabajo. Y que, por lo que se refería a los alemanes, estabas allí para matar a esos cerdos; pero no sentías que pensarlo te fuese a revolver el estómago de antemano… Eras, de hecho, un hombre cambiado. Tu espíritu tenía un peso específico diferente. >>
     
     Citas largas para un libro largo. Lo disfruten con calma.
     
     Editorial: Lumen
     ISBN: 9788426416933
     Págs: 1.000
     Precio: 35,90 euros
 

Alberto Arzua

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