La amada inmóvil / Amado Nervo

¿Quién fue la Amada Inmóvil? En vida, tan singular amada, respondió al nombre de Ana (Ana Cecilia Luisa Dailliez) y fue el gran amor, la musa «llena de gracia como el Avemaría» del sentido poeta mexicano Amado Nervo y a quien el bardo nayarita dedicó su inmortal elegía.
¿Qué tuvo que ocurrir para que un personaje provinciano como Amado Nervo, poeta modernista, afanoso de la perfección en la forma, pero de apasionada entraña, conociera al amor de su vida tan lejos del terruño? Pues tuvo, por principio de cuentas, que hacer carrera en el servicio exterior mexicano, en tiempos en que don Porfirio era presidente de México, y prestar sus servicios como segundo secretario de la representación mexicana en Madrid; luego viajar a la Ciudad Luz, donde la noche -el poeta lo tendrá siempre muy presente- del 31 de agosto de 1901 sus miradas se encontraron con la complicidad del amor a primera vista; empero, tuvieron que decirse adiós a las doce y cuarto del 7 de enero de 1912 día en que la musa exhaló el último aliento, precisamente en los brazos de su angustiado Amado después de cursar una fiebre tifoidea, incurable por aquellos tiempos, durante veintiún días de dolor y sufrimiento para ambos entrañables seres. Fue tanta la insistencia de Amado quien nació en Tepic, Nayarit el 27 de agosto de 1870, que joven aún tomó el tren para la ciudad de la Serenidad (como llamaba él al lugar donde van a descansar todos los muertos) siete años después, lo que seguramente le permitió reunirse en la eternidad con la dulce Ana. Entonces el gran escritor pudo confirmar la frase «vida estamos en paz».
La Amada Inmóvil es un poemario que combina la distinguida prosa de Nervo con sus versos perfectos, pero cálidos y muy íntimos, escritos cual confidencias de amor. En fin, Ana y Amado vivieron en unión libre, lo que hasta cierto punto hería la susceptibilidad del diplomático. Sin embargo ese amor libre le permitió escribir los siguientes versos (III Gratia Plena), listos para ser declamados por el lector:

Todo en ella encantaba. Todo en ella atraía:
su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar…
El ingenio de Francia de su boca fluía.
¡Era llena de gracia como el Avemaría!

¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía!;
¡Pero flores tan bellas nunca pueden durar!
¡Era llena de gracia, como el Avemaría!


(Escucha el poema)

«Oculta ciencia dice a mi conciencia que en otra existencia te recobraría», es la esperanza siempre viva del poeta, pero nos pide, a sus lectores de todos los tiempos, en la introducción de su obra, fechada en Madrid en febrero de 1912: «Ora por ella y que Dios te bendiga también». Por eso, yo hoy elevo mi plegaria en favor del alma de Ana de Nervo, la amada inmóvil.
Matías Antonio Ocampo Echalaz

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