Han matado a un hombre, han roto un paisaje (2) / Francisco Candel

Ver otra recomendación de este mismo libro aquí.

Este escritor catalán, fallecido hace menos de cinco años, dedicó buena parte de su talento literario a describir la situación de los barrios marginales de Barcelona durante los años 30, 40 y 50 del siglo XX.

 Chabolismo extremo (el mismo Candel vivió sus primeros años en una barraca de Montjuic), pobreza ulcerante, incultura total, barbarismo, animalismo… todos los ismos que una persona reducida a sus instintos primarios desarrolla con absoluta (a)normalidad. Candel nos describe este mundo a golpe de martillo, plon, plon, plon, burrada tras burrada, con una naturalidad y una ligereza que te dejan sin aliento.

 Las historias se suceden inmisericordemente, vemos crecer al protagonista desde sus primeras maldades infantiles hasta sus postreras bestialidades adultas, recibiendo y dando, recibiendo y dando, completamente ciego, absolutamente ajeno a cualquier connotación emocional. Los demás personajes no le van a la zaga. ¿La situación del mundo circundante? Un putiferio abyecto donde los pocos que se salvan no son mejores que los demás.

 Esto se llama novela realista. De la fetén. Me recuerda a La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa, también altamente recomendable. Pero es que lo que se describe tan frescamente ha sucedido aquí mismo hace un par de días, como quien dice. Y, si nos atrevemos a leer los periódicos, sigue sucediendo en muchísimos lugares de este santo mundo. Y hay que saberlo. Eso es realismo.

 Además Francisco Candel es un escritor de raza, con un estilo propio, con una gran facilidad para meterte en su mundo, que no se anda con chiquitas, que te cuenta lo que hay que contar y siempre algo más, que te lleva de la oreja desde el principio hasta el final como en una alfombra mágica… llena de mugre y de dolor. Según la vas leyendo te das cuenta de que eso es la vida, esa vida que menos mal que te has perdido.

 Es una novela denuncia. Sí, ¿y qué? Es una novela excelente porque te enseña la realidad de una manera artística. Por cierto, una pequeña reflexión: el arte no es solo lo “bonito”. Dicho de otra manera, lo “bonito” no es solo lo formalmente agradable a la vista. Para mí esta es una novela muy bonita. Preciosa. Léanla sin falta después de estas citas.

 La madre del prota se mete a puta, trabajando por las inmediaciones de la Atarazanas.

Cuando el 97 pasaba, jadeando y despidiendo luz por sus tronadas ventanas, se echaban al suelo, o la mujer se colocaba de espaldas, frente al hombre, tapando las apariencias, sin dejar de trabajar.

La política real está siempre muy presente.

La gente, aquel día, gritaba como loca: “¡Viva la República! ¡Viva la República!” porque había entrado la República, decían. El Grúa no sabía qué era esto de entrar la República. Se imaginaba a una mujer gorda entrando en algún sitio.

El pueblo, con nombres y atributos.

Las bandas, por escala de valores, eran: la del Grúa, sanguinarios; la del Mediaceja, bárbaros; la del Chinilla, bravucones; la del Alberto, feroces guerreros; la del Martos, tontos. El Rogelio, a su mujer, la Rogelia, que era jorobada, le atizaba cada palo en la chepa que medio la enderezaba. La banda del Grúa la fromaban: los Gallardos, el Soga, el hijo del tío Costipao, el Bata, el Dientes, el Matarile, etc.

Reflexión intemporal.

Ahora que el mundo está tan mal repartido que no hay una piedra que no sea de alguien…

Gesto definitorio.

Los amigos del Gafas en torno a la mesa de mármol, lo miraban con aire de suficiencia, que es como decir con cara de sí, siendo no.

Alberto Arzua

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