El arte no navega al vaivén de las modas. Ni la música ni la pintura se permiten despreciar a sus clásicos, exceptuando los reducidos círculos para quienes lo único válido es siempre lo último, lo rompedor. En literatura, sin embargo, existe el soterrado consenso de que tan sólo merece la pena abrir un libro si se nos ofrece con el olor del pan recién horneado, a poder ser en el horno de la lista de los más vendidos. Es un error, por supuesto. En la historia de la civilización existe tanto y tan bueno escrito que podríamos pasarnos la vida buceando entre las golosas y polvorientas entrañas de cualquier biblioteca pública. Aunque llevara sin actualizar más de diez años.
Pongamos por ejemplo que paseas por un mercadillo del libro usado. Supongamos que ves una pila de libros a un euro. ¡Un euro! Detente y busca. Estoy seguro de que encontrarás algo tan gratificante como este ejemplar de El Embajador, de Morris West, que pasó a mis manos a cambio de una moneda.
Morris West forma parte de una nutrida generación de bestselleristas de principios de siglo, entre los que podemos encontrar a elementos tan válidos como Somerset Maugham, Pearl S. Buck, Leon Uris, Lajos Zilahy, Mika Waltari… y muchos otros más que ustedes recordarán de tanto verlos en la biblioteca de sus padres o en las tiendas de viejo, tirados por ahí. Si no los han leído nunca, éste es el momento. Quizá también recuerden haber deletreado en innumerables lomos usados los nombres de novelistas un poco más aventureros, con menos pedrigrí: Zane Grey, Julio Verne, Karl May, Rider Haggard, Emilio Salgari, Fenimore Cooper, Rice Burroughs… También merece la pena leerlos, se lo aseguro.
Esta gente, a diferencia de la mayor parte de los “más vendedores” actuales, dominaba el idioma, el arte de la narración, los recovecos del pensamiento filosófico, la introspección psicológica más afinada, la descripción, tanto del entorno como de situaciones, caracteres y rostros … en suma, eran unos consumados novelistas. Y muchos de ellos están hoy en día lamentablemente olvidados. Lo digo para descubrirles una nueva fuente de placer. Cojan un libro cualquiera de uno de estos autores minusvalorados y comprenderán mi recomendación.
Morris West, australiano (1916-1999), es el autor de obras tan conocidas en su tiempo como Las sandalias del pescador o El abogado del diablo. Recuerdo perfectamente cómo, en su tiempo, yo lo despreciaba por bestsellerista (concepto que no existía, quizá sería mejor decir escritor de segunda fila) o puede que por considerarlo lectura de viejos. Bien, pues debe de ser porque ahora soy viejo, ya que me gusta. Y mucho.
Compré la novela “El embajador” no porque la conociera (es de las menos conocidas del autor) sino porque costaba un euro, como ya he mencionado. Pues bien, a pesar de costar un euro, vale muchísimo más. Nos habla de la política real de un embajador de EEUU en Vietnam, en los inicios de tan infausta guerra. Y nos describe el asunto con un realismo y una afinación extraordinarios. Tan sólo por el bagaje cultural que nos aporta merecería la pena su lectura. Pero es que, además, es un escritor de verdad, sólido, incisivo, sorprendente. Moderno. Porque todo lo bueno está de actualidad. Bonito eslógan. Pero dejémonos de pavadas, que diría aquél, y acabemos con una cita.
Los cócteles de las Embajadas son un mal necesario en mi oficio. Agudizan la memoria, la cortesía y la digestión. Conducen al escándalo, a caídas y a los celos… Aún no he conocido a ningún diplomático que le gusten realmente…
Pero incluso dentro de este marco de costumbres y convenciones, existen ciertas variaciones interesantes. Por ejemplo, los franceses cultivan la agilidad de palabra y las prendas de vestir a la moda, pero pueden indigestarse con canapés y bebidas. Los indios sirven cosas incomibles y son o demasiado snobs o demasiado obvios en la conversación. Los suecos, cuando están sobrios, son estudiadamente formales y los japoneses, que beben noblemente en una fiesta de geishas, pueden trasformar un cóctel en un drama Kabuki en un abrir y cerrar de ojos. Los thais son flexibles, de buen humor y endiabladamente difíciles de arrinconar, mientras que los americanos son fluidos, volubles y ocasionalmente del todo sordos. Los sudamericanos son tan increíblemente elegantes que uno piensa si todo el fondo de ayuda se lo gastan en vestir a sus mujeres o a sus amantes. Pero sólo los ingleses han logrado un arte maravilloso del aburrimiento y toda una literatura de la frase no pronunciada y de la reserva educada. Generalmente su comida es mediocre, sus bebidas no se pueden probar y su recepción es tibia. Uno no llega; uno cae en la fiesta. No se habla; se charla. Uno jamás es mimado, pero jamás se siente incómodo, de manera que al finalizar la velada es facilísimo rendirse a la ilusión de domesticidad y revelar los secretos de Estado al hombre de gran encanto, noble pecho y sonrisa de Mona Lisa.
En los trópicos, los ingleses tienen un encanto especial y seductor. Por alguna extraña reacción genética, causada por el cambio del medio ambiente, florecen mientras otros se marchitan…
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El Embajador es el primer libro que leo de Morris West, y simplemente me encantó. El conflicto, los personajes, el juego político son descritos con realismo y sensibilidad.
¿Lectura de viejo? Yo aún soy muy joven y el libro me lo recomendó mi hermana menor.
Ahora voy a comenzar Las Sandalias del Pescador.
He leído algunas obras de Morris West, El navegante fue el primero simplemente fascinante, El embajador, Arlequín, La salamandra, El verano del lobo rojo, todos muy buenos,tengo 32 años y me encanta Morris West. Aquí en México no es muy conocido, sin embargo he encontrado sus libros en bazares, en promedio $80 pesos
Pero hombre, pásate al ebook y se acabarán tus problemas.