El siglo de las luces / Alejo Carpentier

 

El siglo de las lucesAlejo Carpentier (1904-1980) nos narra las revueltas y avatares de la Revolución Francesa en el Caribe, su onda expansiva en islas de aventureros, esclavitud y pirateos. Esto de por sí ya es bastante fascinante, pero lo que nos atrapa en su literatura es la exquisitez de su prosa. Frases que son ritmo, palabras que hacen música, descripciones que te hunden en la más placentera lucidez.

 La lectura de este clásico de la literatura llamada hispanoamericana resulta muy recomendable para todo aquél que busque disfrutar sin prisas de los juegos que el idioma castellano sugiere a un cubano barroco y genial.

 Y, como obras son amores, y ejemplos hay mil, consignemos a continuación algunos bonitos fragmentos (léanse mayormente como si fuera poesía).

 … rejas diluidas en volutas tan ajenas al barrote que eran como claras vegetaciones de hierro prendidas de las ventanas…

 … muchos asistentes al velorio habrían tenido que cruzar las esquinas caminando sobre tablas atravesadas en el fango, o saltando sobre piedras grandes, para no dejar encajado el calzado en las profundidades de la huella.

 … Apenas el coche enfiló la primera calle, arrojando lodo a diestro y siniestro, quedaron atrás los olores marítimos, barridos por el respiro de vastas casonas repletas de cueros, salazones, panes de cera y azúcares prietas, con las cebollas de largo tiempo almacenadas…

 … se encarnizaba malignamente en hacer de Inés de Castro, Juana la Loca o la Ilustre Fregona, acabando por afearse en lo posible, torciendo la cara, embobando la expresión, para animar un personaje inidentificable que resultó ser, en medio de las protestas de los demás, “cualquier infanta de Borbón”.

 … determinó una semana de aderezos medievales, donde cualquier solomo hacía figura de pieza de alta venatoria.

 … entre mansiones que la noche acrecía en honduras, altura de columnas, anchura de tejados cuyas esquinas empinaban el alero…

 … Extrañamente desierta lucía, con sus comercios cerrados, sus arcadas en sombras, la fuente muda y los fanales de las naves mecidas en las copas de los mástiles, que, con apretazón de selva, se alzaban tras el malecón.

 … Iban hombres de todas trazas y colores hacia el fondo de las tabernas, con alguna mano calada en masa de nalgas.

 … el caisimón, aclimatado con enorme trabajo, que servía para curar todo lo que dañaba las entrepiernas del hombre, cuando la aplicación de sus hojas se acompañaba de la oración a San Hermenegildo, torturado en sus partes por el Sultán de los Sarracenos…

 … Las palabras estaban divorciadas de los pensamientos. Cada cual hablaba por boca que no le pertenecía, aunque sonara sobre el mentón de la propia cara.

 … Ahora, el frescor del mar. La gran sombra de los velámenes. La brisa norteña que, después de correr sobre las tierras, cobraba nuevo impulso en la vastedad, trayendo aquellos olores vegetales que los vigías sabían husmear desde lo alto de las cofas, reconociendo lo que olía a Trinidad, a sierra Maestra o a Cabo Cruz.

 … Según Ogé, el Pecado Original, en vez de perpetuarse en el acoplamiento, era lavado por él cada vez. Empleando discretos eufemismos, afirmaba que la pareja realizaba un regreso a la inocencia primaria, cuando de la total y edénica desnudez del abrazo surgía un aplacamiento de los sentidos; un jubiloso y tierno sosiego que era figuración, eternamente repetida, de la pureza del Hombre y de la Mujer antes de la Culpa…

 … Un molesto sudor mojaba sus medias mal recogidas, sus pechos oprimidos por el estiramiento de la blusa ladeada, su piel toda irritada por la aspereza de la manta de lana…

 … transcurrió un día interminable, y una noche de luna tan clara que Esteban, en el medio sueño de un mal descanso al pie del mástil, creyó veinte veces que amanecía.

 … y sus noches caídas del cielo en lo que tardábase en traer las lámparas –largas noches alargadas por el silencio de quienes entraban en el sueño antes del oír la voz del sereno cantando las diez por María Santísima, sin pecado concebida en el primer instante de su Ser Natural.

 … Un percherón fantasmal hacía tremolar los belfos, de pronto, en el fondo de un patio donde una carreta alzaba las barras de tiro, en un rayo de luna, con la inquietante inmovilidad del insecto que se dispone a disparar los dardos.

 Pero algo se había decepcionado de las gentes, al conocerlas mejor: esos vascos de gestos pausados, con cuellos de toro y perfiles caballunos, grandes levantadores de piedras, derribadores de árboles y navegantes dignos de codearse con aquellos que, buscando la ruta de Islandia, fueron los primeros en ver el mar endurecido en témpanos, eran tenaces en la conservación de sus tradiciones. Nadie los aventajaba en urdir tretas para oír misas clandestinas, llevar hostias en las boinas, ocultar campanas en pajares y hornos de cal, y armar altares a hurtadillas…

 … Para el erizo sus dardos morados, cerrábase la ostra medrosa, encogíase la estrellamar ante el paso humano, en tanto que las esponjas, prendidas de algún peñasco inmerso, se mecían en un vaivén de reflejos.

 … O bien, con la barbilla reclinada en el frescor de una hoja de uvero, abismábase en la contemplación de un caracol –de uno solo erguido como monumento que le tapara el horizonte, a la altura del entrecejo. El caracol era el Mediador entre lo evanescente, lo escurrido, la fluidez sin ley ni medida y la tierra de cristalizaciones, estructuras y alternancias, donde todo era asible y ponderable. De la Mar sometida a ciclos lunares, tornadiza, abierta o furiosa, ovillada o destejida, por siempre ajena al módulo, el teorema y la ecuación, surgían esos sorprendentes carapachos, símbolos en cifras y proporciones de lo que precisamente faltaba a la Madre.

 … Y creía, sobre todo, que el incumplimiento de un encargo o, en ciertos casos, el mero hecho de no molestarse en ayudar a quien fuese desdichado podía producir una paralización de energías o corrientes favorables a la propia persona, culpable de egoísmo o dejadez ante alguna Fuerza Desconocida, Pesadora de actos.

 … Maravilla pensar… que los negros de Haití se negaron a aceptar la guillotina. Sothonax sólo pudo alzarla una vez. Los negros acudieron en masa para ver cómo con ella se decapitaba a un hombre. Entendido su mecanismo, se arrojaron todos sobre la máquina enfurecidos y la hicieron pedazos.

 … Y supo el joven con horror que esos esclavos, convictos de un intento de fuga y cimarronada, habían sido condenados por la Corte de Justicia de Surinam a la amputación de la pierna izquierda. Y como la sentencia había de ejecutarse limpiamente, de modo científico, sin usarse de procedimiento arcaicos, propios de épocas bárbaras… los nuevos esclavos eran traídos al mejor cirujano de Paramaribo para que procediera, sierra en mano… “¡Que pase el siguiente!”.

 … “Hacer la felicidad de un hombre”… Era pavoroso pensar que un segundo cerebro, situado en la matriz, emitía ahora sus ideas por boca de Sofía… orgullosa de que su marido estuviese emparentado con una oligarquía que debía su riqueza a la secular explotación de enormes negradas.

 … “Ustedes saben lo que aborrecen. Nada más. Y por saberlo ponen su confianza, sus esperanzas, en cualquier otra cosa”.

 Espero que te hayan gustado los cachitos. Si no te has derretido ante exquisiteces tales como “vegetaciones de hierro”, “las profundidades de la huella”, “solomo” “apretazón de selva” “mano calada en masa de nalgas”… si no te has reconocido en pijama con lo del “estiramiento de la blusa ladeada”… si no te has abismado en la filosofía sublunar del caracol… si no has parpadeado ante la "Fuerza Desconocida, Pesadora de Actos"… este no es tu libro. Disfrútalo.

Alberto Arzua

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