Los tebeos de nuestra infancia. La escuela Bruguera (1964-1986), de Antoni Guiral

Antes que nada permí­tanme que empiece a lo Ángel González diciendo aquello de «pero quiero aclarar que», pues la infancia a la que hace referencia el tí­tulo de este libro no coincide de refilón con la infancia de un servidor. Edades aparte ─cuyo escabroso tema siempre evito─, cuando la inefable editorial quebró y echó el cierre aún no estaba yo en disposición de disfrutar de la lectura, por lo que mi conocimiento en tales lides se debe, como he comentado en alguna ocasión, a los tí­tulos que asumió Ediciones B, que no fueron pocos (Mortadelo, Súper Mortadelo, Mortadelo Extra, Zipi y Zape, Súper Zipi y Zape, Zipi y Zape Extra y colecciones varias como Olé! Superhumor o Magos del humor), y por el memorable suplemento infantil Gente Menuda, además de algún Súper Guai! y algún antiguo tebeo de Bruguera. Fue precisamente una de las prácticas más criticadas por Antoni Guiral, las reediciones, lo que hizo que me familiarizara ─y muchos de mi generación─ con bastantes personajes de la ya en aquel momento fenecida Bruguera. Es comprensible que los personajes más célebres, los que han conseguido entrar en la historia del tebeo, fueran pasto de estas publicaciones, pero otros muchos personajes, muchos de ellos de gran calidad, quedaron en la cuneta por el camino. Por poner un único ejemplo, después de repasar mi colección de tebeos compruebo con asombro que no hay ni una sola tira de Raf, uno de los dibujantes de trazo más perfecto y estimulante. Así­ pues, el libro de Guiral se plantea como una doble ví­a de descubrimiento y de redescubrimiento.

El libro de Guiral es un ambicioso compendio en dos tomos sobre Bruguera desde sus comienzos hasta su desaparición. El primer volumen, titulado Cuando los cómics se llamaban tebeos, abarca la historia de Bruguera desde 1945 hasta 1963, por lo que los personajes que trata, al estar más alejados en el tiempo, son menos conocidos, con la excepción de Zipi y Zape que nacen en el 48 y de Mortadelo y Filemón que son del 58, muy diferentes sin embargo a su imagen actual. Casi todos los grandes personajes de Bruguera ─y cuando digo grandes me refiero a conocidos─ son posteriores al 64. No es necesario, salvo por alguna referencia aislada, haber leí­do el primer libro para comprender y disfrutar del segundo. Eso sí­, hay dibujantes cuya semblanza apenas queda dibujada porque se trataron pormenorizadamente en el primer tomo.

Los tebeos de nuestra infancia está dividido en tres partes, además de incluir una bibliografí­a al final. La primera parte hace un análisis de la historia de la editorial Bruguera, dedicando un apartado a cada década y añadiendo algunos subapartado de cuestiones muy especí­ficas, como por ejemplo la relación de Bruguera con la publicidad, los personajes realistas, la polémica de las reediciones, e incluso espacio hay para las revistas de la competencia. La década de los sesenta empieza con algo que ya se vení­a anunciando desde finales de los cincuenta, la imposición a través de la censura de una lí­nea editorial con personajes más edulcorados y tramas más inocentes que no pongan en peligro la formación de pequeños y jóvenes. Es la evolución que ocurre con personajes que en un principio nacen como polí­ticamente incorrectos, llenos de humor negro y acidez, como la locura de Carioco, la prepotencia cultural de Facundo, o la maldad de personajes como Angelito o doña Urraca. La evolución que sufren por cierto estos dos últimos personajes es muy significativa: Vázquez opta por el camino de la fantasí­a y del surrealismo para Angelito ─consiguiendo una de las series más originales del panorama español─, algo que también pasa con Las hermanas Gilda, y Martz Schmidt se ve obligado a interrumpir la historia “Doña Urraca en el castillo de Nosferatu” a causa de la censura debido a la aparición de una sensuales vampiresas.

A partir de la década de los setenta se inicia un proceso que a la larga será uno de los principales motivos del cierre de Bruguera: la continua reedición de historietas antiguas, la incapacidad para adaptar los personajes y las tramas a una época más actual, la progresiva despersonalización de las revistas, que poco a poco iban perdiendo su esencia para convertirse en un conglomerado de publicaciones con distintos nombres que se suceden de forma vertiginosa ─con el declive de la mí­tica Pulgarcito y de DDT pasan a ser las estrellas Mortadelo y Súper Pulgarcito─. Seguramente Guiral tenga razón, pero no es menos cierto que gracias a esta práctica esas historietas han ido pasando por distintas generaciones y han mantenido su popularidad.

A pesar de su profunda admiración, Guiral denuncia algunas de las prácticas abusivas de la empresa, gestionadas por esa figura tiránica y de difí­cil trato que fue Rafael González: la no devolución de los originales y la cesión absoluta de los derechos de autor sobre Bruguera. Además de la destrucción de originales por la falta de espacio y la explotación de los empleados obligados a completar en algunos casos más de una veintena de páginas semanales ─por lo que era necesario contratar a un equipo de dibujantes para que ayudaran de forma anónima al dibujante estrella─, fue la despótica gestión de los derechos de autor lo que enfrentó a Bruguera con su gallina de los huevos de oro: Francisco Ibáñez. La situación final fue verdaderamente surrealista: Ibáñez fuera de Bruguera, sin poder dibujar sus propios personajes, que fueron asumidos por otras manos. Este no era sino el canto de cisne de una editorial que hací­a muchos años que habí­a dejado atrás su edad de oro.

Aparte del apartado sobre la historia de Bruguera el libro se completa con dos apartados con una distribución que facilita enormemente la consulta, uno de ellos dedicados a los personajes más populares y el otro con una selección de los dibujantes más representativos. La selección tanto de unos como de otros sigue un criterio meramente personal, aunque hay que reconocer que cubre a todos los grandes. En la sección de personajes se ofrecen datos informativos generales, como el tí­tulo oficial, el autor, la fecha y revista de nacimiento, cabeceras en las que ha aparecido, una explicación de la esencia del personaje, algunas observaciones y un compendio de las recopilaciones ─que tristemente en muchos personajes no existen─, además de alguna historieta como ejemplo. En el apartado dedicado a los dibujantes se hace una breve reseña biográfica, una lista con sus creaciones y otra con monografí­as de sus personajes.

Ni que decir tiene que el volumen está lujosamente ilustrado, aunque seguramente es más material gráfico lo que se echa en falta. Se incluye un dvd con contenidos extras, pero, la verdad sea dicha, casi todos ellos aparecen en el libro. Si sienten añoranza o mera curiosidad después de haber leí­do mis palabras, les recomiendo que le echen un vistazo porque este libro es un auténtico recreo para la vista y para el intelecto, un compendio de buenos momentos, de risas y de recuerdos. Que ante todo sirva como ajuste de cuentas con el olvido.


Pincha y recuerda

Alejandro Gamero (La Piedra de Sí­sifo)

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